—Los hombres del río son muchos, hija. Y no todos son de fiar. Algunos solo ven el oro.
—Por eso mismo le pregunto a usted, mi señor —insistió Baketamon, con una pizca de desesperación en su voz—. Mi padre dijo que usted conocía a los barqueros más… experimentados. Aquellos que valoran la discreción. Aquellos que no hablan de sus cargas.
El hombre le dio un sorbo a su cerveza. Luego, su mirada se perdió un momento en el trasiego de los barcos en el muelle, como si sopesara la petición. Baketamon aguardó, inmóvil. La siguiente palabra que saliera de su boca podría ser la clave, o la sentencia.
El murmullo de la taberna "Ojo de Horus" se alzaba a su alrededor, una cacofonía de risas, brindis y conversaciones. Baketamon, sin embargo, solo o&iac