El sol de media mañana calentaba el Nilo, haciendo brillar su superficie como escamas de oro. Cerca del puerto, la taberna del "Ojo de Horus" rugía. No era un lugar para damas de la corte, ni siquiera para doncellas disfrazadas. El aire apestaba a cerveza fermentada, pescado y el sudor de hombres que trabajaban bajo el sol inclemente. Baketamon, envuelta en su lino modesto, se movió con cautela entre las mesas de madera tosca y los bancos llenos. Voces ásperas se alzaban en risas y discusiones, el tintineo de copas chocaba con el estruendo de los cántaros de barro.
Con la cesta aún en el brazo, Baketamon se abrió paso hasta el fondo de la taberna, cerca de una ventana desde donde se veía el constante ir y venir de barcazas. Necesitaba un pretexto, una razón para estar allí que no levantara sospechas. Sus ojos escanearon la sala, buscando a alguien q