El Corazón del Nilo
El Corazón del Nilo
Por: J Martinez
Capitulo 1

En Menfis, la ajetreada capital, el palacio del visir Paser siempre olía a incienso dulce y jazmín. Para Nefertari, con 18 años, ese olor se había vuelto pesado, casi como las paredes que la encerraban. Llevaba toda su vida en esa jaula de oro. Era una vida lujosa, sí, pero una jaula al fin y al cabo. Sus habitaciones eran increíbles, llenas de telas caras traídas de otros países, dibujos por todas partes contando historias de dioses y héroes, y jarrones llenos de flores frescas cada mañana. Pero Nefertari casi ni las veía. Se quedaba mirando la pequeña ventana que daba al Nilo, viéndolo como un camino de plata hacia la libertad que ella solo podía soñar.

Esa mañana, el sol egipcio calentaba fuerte las piedras del suelo. Nefertari estaba sentada frente a su espejo de ébano mientras Baketamon, su sirvienta y amiga de toda la vida, le trenzaba el pelo negro. Era muy buena haciéndolo, como una artista.

—¿Otra vez soñaste con el río, mi señora? —le preguntó Baketamon en voz baja, notando que Nefertari miraba al espejo sin ver nada.

Nefertari suspiró suavemente. —Todas las noches, Baketamon. Sueño con el viento en la cara, el olor de la tierra mojada, los gritos de los pájaros... no este olor a incienso viejo.

Baketamon sonrió con tristeza. Entendía cómo se sentía Nefertari. Habían crecido juntas, pero en diferentes mundos dentro del mismo palacio.

—El visir Paser mandó llamar a los mejores joyeros de Tebas para hacerte un collar de escarabajos. Dicen que será el más grande que se haya visto —le dijo Baketamon para animarla.

A Nefertari no le importó. —Y ¿para qué? ¿Para que lo vea el sobrino del faraón? Esas joyas no son para mí, Baketamon. Son para que mi padre quede bien y suba un escalón más en su carrera.

Baketamon dejó de trenzar el pelo y le puso las manos en los hombros a Nefertari. —No hables así, mi señora. El visir te quiere.

—Me quiere como a una pieza de ajedrez importante, —contestó Nefertari con tristeza—. Una pieza que puede mover para ganar el juego. ¿Crees que le importa si esa pieza siente algo, si quiere algo más que un matrimonio arreglado?.

Baketamon no respondió al instante. Sabía que Nefertari tenía razón. Paser era muy inteligente y leal al faraón Amonhoteph, pero también tenía mucha ambición. Cada cosa que hacía en el palacio era para mejorar su posición y la de su familia. Y Nefertari, su única hija, era su mejor arma para lograrlo.

La puerta se abrió y entró Mutemwia, la madre de Nefertari. Aunque ya era mayor, todavía era hermosa, pero sus ojos mostraban tristeza. —Nefertari, hija. Tu padre te espera en la sala de audiencias. Quiere hablar sobre los preparativos para la visita del príncipe Menkat.

A Nefertari le dio un vuelco el corazón. Menkat. El sobrino del faraón. Con solo escuchar su nombre se sentía mal. Era guapo, sí, pero con la actitud de alguien que cree que todo le pertenece. Y cuando la miraba no la veía como una persona sino como algo que podía usar para conseguir más poder.

—¿Tan pronto, madre?, —preguntó Nefertari, tratando de no sonar nerviosa, aunque le temblaba un poco la voz.

Mutemwia se acercó y le acarició el pelo a su hija. —Tu padre está muy contento con este matrimonio, mi niña. Cree que traerá honor a nuestra familia. Y a ti... te dará una buena posición.

—¿Y mi felicidad, madre? ¿Eso no importa?, —Nefertari la miró con ojos tristes.

Mutemwia suspiró y miró por la ventana. —En nuestro mundo, hija, la felicidad se encuentra en hacer lo que se debe. Es el camino que los dioses nos han marcado.

Nefertari se levantó y su vestido blanco cayó suavemente. Se sentía como una estatua, bonita pero sin vida, lista para ser colocada donde su padre quería. Baketamon le puso un brazalete sencillo, un pequeño consuelo en medio de tanta riqueza.

Mientras caminaba por los pasillos del palacio, llenos de dibujos de batallas y ofrendas a los dioses, Nefertari sentía que su destino pesaba sobre sus hombros. Escuchaba las voces de los sirvientes, el ruido de las jarras de agua, la vida que seguía fuera de su burbuja. Deseaba esa vida, la sencillez de los mercados, la libertad de los campos de papiro, la grandeza del Nilo.

Llegó a la sala de audiencias. Paser, su padre, estaba de pie junto a una mesa llena de mapas y papeles, con su aspecto serio de siempre. Cuando ella entró, la miró y sonrió forzadamente. —Ah, Nefertari. Justo a tiempo. Tenemos mucho que hablar sobre la llegada del príncipe Menkat. Será un gran día para nuestra familia.

Nefertari asintió, fingiendo tranquilidad. Por dentro, se sentía desesperada y deseaba que alguien la ayudara a escapar de esa jaula de oro. No sabía quién sería ni cómo llegaría, pero sentía una pequeña esperanza de que no se rendiría sin luchar. El Nilo seguía fluyendo fuera de las paredes y ella esperaba que la llevara a un futuro diferente.

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