Edith trató de tranquilizarse, pero le fue imposible.
Con lágrimas en los ojos, se acercó a sus dos pequeños, que estaban custodiados por las dos niñeras.
Los gritos de Lorenzo habían inundado la mansión.
Todos los habían escuchado.
Luisa miró a Edith, sin poder disimular la felicidad que sentía por el mal momento que la bella viuda estaba viviendo.
-Parece que tiene problemas.
Dijo la mucama que estaba atendiendo a su hija.
-¿Perdón?
Edith no supo por qué Luisa de repente le hablaba casi con altanería.
-Llegó de repente a esta casa, creyendo ser la señora con derecho a todo y parece que de repente, también se va a ir.
Tali miró a Luisa, sin poder creer en las palabras de su compañera.
Sabía que era vaga, que hasta evitaba cambiar pañales, ella muchas veces les cambiaba a los dos mellizos, pero en ese momento le estaba faltando el respeto a la mujer de Lorenzo.
Esperaba que Edith sepa reconocer que solamente Luisa pensaba así, porque no quería ser despedida.
-¿Eso piensa?
Le preguntó