-¿Subimos ahora?
Preguntó Luisa, la mucama que había decidido crearle problemas.
-Gracias, por el momento no es necesario, los pequeños están con su padre.
-¿Dejó a los niños con el señor?
Le preguntó de mala manera.
Edith solía tener paciencia.
-Los dejé con su padre, permiso.
A la mayoría del personal les seguía asombrando cómo la nueva novia del señor se dirigía a ellas.
-Es una mosquita muerta.
Comentó Luisa.
Uno de los custodios la escuchó y se apuró a llamarle la atención.
-¿Estás loca? ¿Querés que te echen?
-¿Viste los moditos que tiene? ¡Es una falsa! Los niños no deben ser del jefe.
-¡Te aseguro que sí! Dejá de hablar tonterías.
-Nadie la conocía.
-Nosotros, sí, y vos no tenés idea de nada, mejor respetala.
La mucama se calló la boca, aunque seguía pensando lo mismo.
A media tarde, Lorenzo y Edith, se dirigieron hasta el que fuera el hogar de la bella viuda.
Hablaron con Facundo.
Edith desparramó algunas lágrimas.
-Mamá, es lógico que sigas con tu vida, no te preocupes por mí