24| Entender el dolor.

Portia comprobó la hora en su reloj, hacía más de cuarenta minutos había recibido la llamada de Esther y aun no podía llegar al departamento de Carlo, el tráfico estaba al límite en plena hora pico y por más que le insistía al taxista el pobre hombre no encontraba forma de pasar.

— Me voy a bajar — le dijo a su hermana Portia a través del celular, le lanzó un par de billetes al taxista y se bajó.

El frio se le coló por debajo del vestido y la hizo tiritar. Extrañaba el bosque que rodeaba su casa, al hotel y a su hermano, nunca había sido especialmente amable al frio y en aquella ciudad el invierno estaba golpeando con violencia.

Casi que corrió, más por conservar el calo que por querer llegar rápido, sabía que Carlo no estaba mal, pero la urgencia en la voz de Esther la había preocupado y prefirió ayudarla.

— ¿Aun quieres que vaya a recogerte en un rato? — le preguntó Helene, pero Portia negó.

— Creo que me tardaré más. Duerme, hermana, después hablamos — y cortó la llamada.

Le costó
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