Nicolás permaneció de pie, aún mirando la ciudad iluminada desde las alturas, pero ya sin admiración. Ahora la ciudad parecía un organismo vivo, y él, atrapado en su red de arterias, respirando el aire que alimentaba al monstruo. Sabía que las palabras de aquel hombre no eran vacías. Había desafiado al sistema y eso tendría consecuencias. **Pero si los verdaderos dueños de la ciudad deseaban arrebatarle su lugar, tendrían que enfrentarse a él en el campo de batalla**.
Sin esperar más, encendió su teléfono y llamó a Emilio, uno de sus hombres de confianza, quien en otras circunstancias hubiera sido la primera persona en recibir instrucciones ante un problema. Esta vez, sin embargo, las cosas parecían diferentes, y Nicolás no podía confiar completamente en nadie.
—Emilio, quiero que vigiles cada movimiento alrededor del edificio —ordenó con voz baja y tensa—. Nadie entra ni sale sin mi autorización. Ni siquiera tú. ¿Entendido?
La voz al otro lado de la línea sonaba cautelosa.
—Entendido