Albert se levanta de la cama, camina hacia la puerta y abre un poco, lo suficiente como para asomar su cabeza y preguntarle a su cuñada que desea.
—¿Sucede algo, Raquel?
—No, sólo vine a darte las buenas noches y a agradecerte por permitirme estar en tu casa.
—Te dije que no tienes que preocuparte. Eres la madre de mi sobrino y aún tú y Robert siguen casados, eres de la familia. —responde dejando marcado algunos límites.
—Sí, lo sé. Pero igual, eres un hombre excepcional y muy importante para mí.
Albert guarda silencio, no desea ser grosero con ella. Sin embargo, no deja de sentirse asediado por su hermosa cuñada.
—Ve y descansa, Raquel. Ahora más que nunca debes estar tranquila.
—Sí, eso haré —Ella se eleva en puntas de pie para darle un beso en la mejilla que ‘casualmente’ llega a rozar la comisura de sus labios.
Esta vez, Albert la sujeta por los brazos y se separa de ella con un gesto algo violento. Aún así, Raquel no desiste de sus intenciones de vengarse de su ma