Al despertar, Antonella se levanta de la cama, va hasta el cesto de ropa y busca entre las prendas de vestir, el suéter que llevaba puesto aquella tarde en el hospital, revisa los bolsillos y encuentra la tarjeta que Mauro Moretti, le entregó.
Toma su celular, le marca. Aguarda a que este le conteste. Finalmente escucha al otro lado de su teléfono, la voz grave y seca de Mauro.
—Sr Moretti, le habla Antonella, ¿Cuándo podemos conversar?
—¿Quién? —pregunta con displicencia.
—Antonella Cerati, señor.
—Disculpe, por ahora no tengo tiempo, puede reunirme con usted el martes, si le interesa aún que conversemos sobre ese asunto. Si desea estaré en mi oficina a las 10:00 de la mañana.
La pelirrubia exhala un suspiro, sin embargo no tiene de donde escoger, por lo que acuerda reunirse en el lugar y la hora indicada por Mauro.
—¿Con quién hablabas? —Claudia pregunta de forma capciosa. Para una mujer que lleva treinta años conviviendo con el mismo hombre, le es muy fácil notar el m