La gran ventana ofrecía una vista de la ciudad nocturna iluminada por miles de luces. Aurora estaba sentada en un extremo de la larga mesa, con las piernas cruzadas, jugando con la pluma plateada que Sebastian le había dado momentos antes. Frente a ella, Sebastian se acomodaba en un sillón de cuero, el brazo derecho apoyado y una copa de vino tinto girando lentamente en su mano izquierda.
—Ya ha empezado a moverse —dijo Aurora.
Sebastian alzó una ceja.
—¿Damian?
Aurora asintió.
—Ha ordenado a Arc que investigue todos los datos de transacciones vinculadas contigo y que empiece a rastrear a los inversores que actúan como intermediarios de mis acciones.
Sebastian sonrió de lado, bebiendo un sorbo de su vino.
—Qué gracioso… ¿Cree que puede olfatear nuestros movimientos por canales oficiales?
—No es tonto. Solo confía demasiado en que todos jugarán según las reglas de la manada —replicó Aurora.
Sebastian se recostó, observándola un momento.
—¿Y tú? Empiezas a parecer… apresurada.
—Ya estoy