POV de Adriana
Pensé que con el tiempo las cosas se calmarían. Que después de esa última conversación en la biblioteca, Diego y yo estaríamos bien. Pero lo nuestro no era fácil. Nunca lo había sido.
No era solo su tristeza crónica, ni el miedo que lo devoraba desde adentro. Era la forma en que se alejaba cuando más lo necesitaba, como si el dolor fuera algo que debía cargar solo.
Y yo... yo estaba cansada de golpear la misma puerta esperando que algún día él decidiera abrirla.
—¿Sigues esperándolo? —preguntó Ana mientras tomábamos café en la cafetería del campus.
—No sé si lo estoy esperando o si ya me acostumbré a vivir en pausa —le respondí, sin apartar la mirada del celular.
Diego no me había escrito en dos días.
—¿Te dijo algo sobre su mamá?
—Nada. Solo me dejó en visto.
Ana suspiró.
—No es sano, Adri. Tú también mereces que te elijan.
—Él me elige... solo que a veces se le olvida cómo —dije, sabiendo lo ridícula que sonaba mi propia excusa.
Esa tarde, decidí ir a buscarlo.
No podí