POV de DIEGO
El reloj marcaba las 5:47 de la mañana. La madrugada aún cubría la ciudad con una neblina espesa, como si el mundo no quisiera despertar todavía. Pero yo ya estaba de pie, con una taza de café entre las manos y el corazón latiendo con un ritmo irregular.
Adriana dormía en el sillón, cubierta por una manta que le había puesto unas horas antes. Su respiración era tranquila, como si el universo le diera un respiro merecido. Me senté en el otro extremo, sin atreverme a despertarla, pero sin poder dejar de mirarla.
“La forma en que duerme me mata”, pensé. Tan vulnerable. Tan distinta a la tormenta que es cuando está despierta.
No sabía si merecía estar allí. Aún me sentía un intruso en su mundo. Pero ella había insistido. Me había pedido que no me fuera. Que luchara, aunque costara. Y esa petición retumbaba en mi cabeza cada segundo.
Me levanté en silencio y me acerqué a la ventana. La ciudad empezaba a iluminarse de a poco. Autos lejanos, luces que titilaban en los edificios.