POV de Diego
El silencio era tan pesado que me sentía ahogado dentro de él.
A veces creo que nací para correr. Desde niño, siempre fue así. De los gritos, de los golpes, de las expectativas que nunca podía cumplir. Y ahora, adulto, seguía huyendo. Pero ya no podía fingir que no sabía lo que hacía. Ya no podía justificarlo con la rabia ni con el miedo. Ahora era cobardía pura.
Estaba en el coche, con las llaves en el encendido, el motor apagado y las manos en el volante. Había conducido hasta el final de la calle de Adriana, pero no me atrevía a entrar. No después de todo lo que había dicho. No después de ver cómo la hería con mis silencios, con mis dudas, con mi maldito miedo a ser amado.
Adriana.
Cerré los ojos. Su nombre dolía como un recordatorio constante de lo que me hacía humano.
No sé cuánto tiempo pasé ahí, solo respirando, sintiendo el peso de mis pensamientos aplastarme el pecho. Hasta que alguien golpeó la ventanilla.
Ella.
Mi corazón se detuvo un segundo. No imaginaba que