POV de Adriana
Nunca imaginé que la costumbre fuera tan peligrosa.
Porque eso era lo que comenzaba a sentir cada vez que Diego me miraba como si fuera algo frágil pero valioso al mismo tiempo. Me estaba acostumbrando a sus silencios cargados de palabras, a su forma de acercarse sin invadir, a cómo se reía cuando yo hacía comentarios sarcásticos a la mitad de la cena.
Me estaba acostumbrando… a él.
Y eso era un problema.
Porque no podía permitirme confundir las cosas. Nuestra relación tenía una fecha de inicio, una cláusula de confidencialidad, y lo más importante: un final claro. Todo esto había comenzado como una estrategia. Un acuerdo. Un contrato. Uno que, según lo que ambos pactamos, no debía mezclar sentimientos.
Pero aquí estaba yo, cuestionando mis propias reglas cada vez que Diego me sonreía al servirme café por las mañanas.
Llevábamos más de tres meses compartiendo espacio, rutinas, incluso momentos de silencio que eran más cómodos de lo que jamás pensé. No vivíamos juntos —c