POV de DIEGO
Adriana.
Desde que entró en mi vida, las cosas dejaron de tener el mismo orden. No fue inmediato, ni abrupto. Fue como una marea que va subiendo poco a poco hasta que te das cuenta de que estás completamente sumergido. Y lo peor –o lo mejor– es que ya no quería salir a la superficie.
La vi llorar aquella noche, sin que ella supiera que la estaba observando. Se había levantado de la cama y fue hasta la terraza, abrazándose a sí misma mientras el viento le despeinaba el cabello. No me acerqué. No porque no quisiera, sino porque entendí que necesitaba ese momento a solas. Y sin embargo, todo en mí gritaba por envolverla, protegerla… arrancarle esa tristeza de raíz.
Yo era el culpable de todo eso.
Nunca imaginé que una relación que comenzó como un contrato se convertiría en lo único auténtico que tenía.
Me acerqué a ella al rato, cuando ya pensaba que su silencio me iba a enloquecer.
—Ven, ya es tarde —le susurré.
Ella solo asintió, con los ojos aún brillantes. Se apoyó en mi