PRISIONERA DEL ALFA

Me niego a creer que se trate del mismo hombre, sin embargo, todo lo que me gustó de él en un principio sigue ahí. Esos ojos, su cabello despeinado, ese cuerpo que ahora puedo detallar un poco más sin la chaqueta que llevaba.

—¿Cómo es posible? —susurro.

Hace unas pocas horas creí que estaba muerto, incluso lloré por él. ¡Qué tonta! ¿Cómo no pude darme cuenta antes de lo que era? Es obvio que me cegué por su atractivo.

—Ella no pudo haberle hecho eso a Connor —dice mientras mantiene su mirada fija en mí. Su expresión ha cambiado. Antes me había mirado con picardía, interés, incluso algo de deseo, pero ahora me mira con desprecio.

—Pero Enzo, ella…

—¡Te he dicho que no! ¡Mira su cadáver! ¡Míralo! —gruñe con los puños apretados.

Alarick, quien antes parecía muy alzado, ahora baja la cabeza y no vuelve a refutarle nada más.

Da media vuelta para alejarse de la jaula, ¿de verdad pretende dejarme aquí?

—¡Espera! —lo llamo.

Él se da media vuelta y me mira solo de reojo.

»Libérame o mátame —exijo.

—No haré ninguna de las dos cosas. Te quedarás aquí hasta que sepa cómo lidiar contigo —espeta de forma fría.

Los demás lobos aúllan a la luna la pérdida del hombre. Ahora me queda más claro, por supuesto que no era un simple humano, es la razón por la que todos están tan agitados con ello.

Parecen bastante alterados, sin embargo, a mí no me convence para nada. El Alfa; Enzo. Ese es su nombre. Dijo el nombre de la víctima, Connor. Lo recuerdo claramente de esta tarde en el bar. Es el amigo que fue a buscarlo.

Todo esto es demasiado extraño. La policía no pudo haberlo estado buscando a él, es imposible que desapareciera de un momento a otro y ya todos lo supieran. De alguna forma terminó muerto y llevando la chaqueta de su Alfa; y para mí, él es el principal sospechoso de todo esto.

Me dejan pasando frío toda la noche en la celda. Desde allí tengo que soportar ver el ritual que hacen para enterrarlo. La manada de Enzo parece bastante fuerte, es un grupo grande y ahora que su Alfa se encuentra con ellos, mis posibilidades de escapar son nulas.

No entiendo qué es lo que piensa hacer conmigo, si ya sabe que no soy la responsable, ¿por qué simplemente no me deja ir o acaba conmigo de una vez?

La verdad es que debo admitir que odio que sea un hombre lobo, de verdad creí haber encontrado a un hombre atractivo y que me gustaba, pero no puedo sentir nada por alguien de su clase.

La mañana se abre paso y yo en algún punto me he quedado dormida. Aun así, me mantengo alerta ante cualquier ruido o movimiento extraño. Abro los ojos de golpe cuando escucho un par de pasos que se acercan a mí.

Me siento en el suelo frío de metal de la jaula donde me tienen encerrada, no puedo levantarme, dado que el tamaño del espacio no me lo permite.

Enzo se arrodilla frente a mí y ladea su cabeza mirándome fijo.

—No puedo creer que en verdad seas una cazadora —dice al fin.

—Ni yo que seas un sucio hombre lobo —espeto escupiendo a sus pies.

Enzo baja la mirada al escupitajo que le arrojé y vuelve a levantarla con indiferencia.

—¿Qué sabes sobre el responsable de eso? —pregunta señalando a la tumba improvisada que han hecho en medio del bosque.

—No te diré absolutamente nada.

—Si se resiste, podemos usar otros métodos para que hable —comenta Alarick, que ha estado callado a sus espaldas.

Enzo se pone de pie, le lleva casi una cabeza de altura. Alarick se encoge en cuanto ve a su Alfa alzarse.

—Ni se te ocurra tocarla. Si veo que le has hecho daño, te castigaré —amenaza con una voz grave y estremecedora.

—Como ordene, Alfa —refunfuña otro par de palabras que yo no alcanzo a escuchar, da media vuelta y se va.

Esto es muy extraño. Es la primera vez que un hombre lobo no está dispuesto a matarme a la primera oportunidad.

El Alfa vuelve a mirarme, sigue con el ceño fruncido y un semblante frío y distante hacia mí.

—Te lo vuelvo a preguntar, ¿qué es lo que sabes? Has venido aquí a cazar al responsable, ¿no es así?

—El responsable está justo frente a mí —digo acercándome a los barrotes de la jaula.

—¿De qué estás hablando?

—Podrás engañar a los tontos perros que te siguen ciegamente, pero a mí no. La víctima llevaba tu chaqueta puesta, y se fue contigo ayer del bar. Has sido el último en verlo con vida. Solo un lobo podría haberle hecho eso.

Enzo se ríe con ironía. No hay ni una pizca de alegría en esa risa.

—Connor era mi mejor amigo, mi segundo al mando, un Beta de los más fuertes. Yo jamás le hubiera hecho eso.

—Como si fuera a creer algo de lo que digas.

De pronto, y a una velocidad inhumana, Enzo mete la mano a través de los barrotes de la jaula y me sujeta del cuello.

No aprieta, pero eso no evita que me ponga muy nerviosa. Mi respiración se acelera al igual que mis latidos sin que pueda evitarlo.

—No puedo dejarte ir de todas formas, así que de una forma u otra, hablarás.

—Creí que no querías hacerme daño —murmuro.

Me suelta de su agarre, yo intento tomar un poco de aire desesperada. Agacho la cabeza y apoyo mis brazos sobre los barrotes.

—Le prohibí a mis lobos hacerlo, nunca dije nada sobre mí.

Vuelvo a mirarlo, por alguna razón siento que lo dice muy en serio. Trago en seco y por primera vez dejo de hacerme la valiente, retrocedo, alejándome lo más posible de él.

Todavía hay algo que me atrae, no sé qué es, y tampoco quiero pensar en ello. Yo debo odiar a este hombre sin importar nada más.

Enzo se pone de pie y busca alejarse de vuelta al campamento de la manada. Ahora que es de día puedo ver mucho mejor todo el lugar.

El bosque es precioso, rodeado de grandes y altos árboles, hay musgo y césped ligeramente alto en todo el suelo debido a la humedad.

La cabaña que vi anoche, ahora se ve mucho más grande. De ella salen los dos Omegas que me arrastraron hasta aquí, y el hombre de treinta y tantos que preguntó por mí. Los demás parecen mucho más jóvenes, pero Enzo también lo parece. Es curioso que él sea el Alfa.

No estoy tan lejos como para no escucharlos conversar ahora. Anoche, el ruido de la fogata y los aullidos me lo impedían, mas, hoy ya parecen un poco más calmados.

—¿Para qué seguimos teniendo a esa cazadora entre nosotros? Acaba con ella de una vez y encontremos al verdadero responsable —exige Alarick.

—La mantendremos ahí hasta que yo lo decida, ¿ok? —contesta Enzo.

Por el momento, me conviene que siga prefiriendo tenerme aquí encerrada. El único problema es que no sé cuánto me va a durar.

—¿No te das cuenta de lo peligroso que es? Es una cazadora, ¿crees que estará sola? Si ella ha venido, seguramente que habrá otros —refuta.

El gremio de cazadores tiene un código fundamental. Si uno de nosotros no se reporta en cuarenta y ocho horas, otro cazador puede salir a buscar al primero. Pero, para mi desgracia, ese no será mi caso. Esta misión no es de conocimiento público.

—Los mataremos si se acercan. La luna llena estará aquí en tres noches más —afirma con mucha certeza.

Alarick resopla, parece ser el único que le lleva la contraria constantemente.

Dejo de escucharlos para centrarme en lo que voy a hacer. Necesito escapar de aquí antes de que el Alfa cambie de opinión, o peor, que busque sacarme respuestas él mismo, sobre el gremio o sobre lo que sé; que, en realidad, no es mucho más de lo que ellos podrían saber.

Me quito una de las horquillas que sujetan mi cabello, y trato de usarla como llave para destrabar el seguro de la jaula. Tengo que ser en extremo silenciosa, sé de buena fe que los hombres lobo tienen un gran oído.

Introduzco la horquilla en la cerradura y giro hasta sentir el seguro. Si tan solo pudiera hacerlo ceder hacia abajo, podría abrir esta cosa.

De pronto dejo de escuchar sus voces. Enzo voltea a mirar hacia mi dirección. Apresurada, guardo el pequeño gancho entre mi ropa y pretendo no estar haciendo nada.

Nos quedamos mirando fijamente a los ojos por un instante. A pesar de lo que quiero creer, no veo maldad en su mirada.

La manada se dispersa y él me da la espalda una vez más. Entra a la casa y no sale por un buen rato.

Parece que están cocinando algo dentro, porque puedo ver el humo salir de la chimenea, además, el aroma de lo que sea que estén comiendo adentro, me llega de golpe. Mi estómago gruñe pidiendo algo de alimento; pero, aunque me muera, no pienso rogarles por comida.

Me hago una bola abrazando mis piernas, pues mis intentos de escapar se ven frustrados, mandan a uno de los Omega a vigilarme de cerca.

Gracias a las copas de los árboles que cubren mi visión del cielo, me es imposible saber qué hora es, me siento agotada, y sin darme cuenta comienzo a cabecear.

—Entra a la casa. —La voz del Alfa hace que abra los ojos y me ponga en alerta.

Enzo viene hacia mí con un plato de comida. Lo acerca a los barrotes y se sienta frente a mí.

—No quiero tu comida —digo. Sé que estoy siendo orgullosa, es que no sé por qué estoy tan molesta.

—Todavía no me has dicho tu nombre, yo gané ese juego, ¿recuerdas?

—Le iba a decir mi nombre a quien creí era un humano en un bar, no a ti.

—Podemos hacer esto por las buenas o por las malas, no sé cuánto tiempo más pueda calmar las ansias de sangre que tiene mi manada por ti. Odian a los cazadores tanto como tu gente a nosotros.

—Si hubieses querido matarme, ya lo habrías hecho.

—Bien, te quedarás ahí hasta que sea luna llena, veremos si con trece lobos dispuestos a cazarte, sueltas la lengua —responde con una sonrisa burlona.

Aprieto mis puños con cólera.

—Soy Cyrene.

—Cyrene ¿qué?

—Dagger.

Él intenta disimular que no le sorprende mi respuesta, pero no es para mí una novedad que conozca mi apellido, después de todo, soy la última cazadora de la familia Dagger, una de las primeras fundadoras de Numore Falls.

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