SED DE VENGANZA

Es la primera vez que ver a una víctima me descoloca tanto. Un par de lágrimas se escapan de mis ojos sin que pueda controlarlas. Sé que es tonto decir que me duele su muerte, como si lo conociera de toda la vida, sin embargo, siento un dolor en mi pecho que oprime y no me deja respirar.

Trato de tomar aire para tranquilizarme. Las temperaturas han descendido demasiado, puedo ver el vaho de aliento cálido escapar de mi boca cada vez que respiro agitada. Limpio mis ojos con el dorso de la mano y saco de la mochila que traje a mis espaldas un par de guantes.

Necesito confirmar si este hombre ha muerto a manos de un hombre lobo.

Levanto la cabeza hacia el cielo nocturno. Los árboles casi no me dejan ver, aún así, sé que todavía no hay luna llena. Es extraño. Ellos no pueden transformarse sino hasta ese momento. Y para eso aun faltan un par de días.

Volteo su cuerpo con mucho cuidado. Algo dentro de mí dice que le debo respeto. Está totalmente destruido, todo es un mar de sangre y vísceras que me producen un poco de arcadas. En definitiva, esas heridas no se las pudo haber hecho un animal común, incluso sospecho que un hombre lobo tampoco. El nivel de daño es increíble.

Escucho un par de pasos detrás de mí que hacen que me levante de golpe. Me quito los guantes y los guardo de prisa en el bolso, en su lugar, saco mi pistola especial para cazadores.

Armada con balas de plata, con una de estas puedo imposibilitarlos lo suficiente, sin embargo, lo que de verdad acaba con una de esas bestias es darles directo en el corazón. De otro modo, son capaces de regenerarse a una velocidad increíble.

Me alejo un poco del cadáver y doy un par de pasos hacia el lugar de donde proviene el sonido. Está demasiado oscuro como para poder ver algo. Ilumino con mi linterna, sin embargo, no hay nada ni nadie en ese lugar.

De pronto oigo más ruido. Pasos y voces al otro lado. Algunas linternas iluminan el camino. Esas deben ser las personas de búsqueda.

Apago mi luz y me voy a toda prisa de allí. Ya no puedo hacer nada por él, por mucho que me entristezca, todo lo que puedo hacer es cobrar venganza por su muerte.

El responsable de algo así no puede estar muy lejos, así que me decido a darle caza. Si al menos puedo librar al mundo de uno de ellos, podré dormir tranquila esta noche.

El rastro me lleva hasta lo más profundo del bosque. En este lugar no vendrá ningún humano, ni siquiera por error. Hay algo en el ambiente que le grita a lo más profundo de mi ser, que ahí se encuentra el verdadero peligro.

De pronto, de nuevo vuelvo a escuchar un ruido a mis espaldas.

—¿Quién está ahí? —pregunto en voz alta mientras apunto con mi arma.

No obtengo respuesta, pero al mismo tiempo, escucho otro crujido del suelo al lado contrario, y luego otro más a mi derecha. Es obvio que me están cercando.

Creo que he cometido un terrible error.

Por mucho que trate de mantener la calma, se me hace difícil sintiéndome tan indefensa. Lentamente saco de mi mochila una granada de luz. Al menos me dará chance para escapar.

—Si yo fuera tú, no arrojaría eso —advierte una voz al fondo. No puedo verlo, pero estoy segura de que él a mí sí.

No le hago caso, arrojo la granada, y enseguida alcanzo a ver a los cuatro sujetos que me rodean. Me flanquean uno a cada lado. Son grandes, y llevan el pecho descubierto dejando ver sus abdominales marcados.

No tengo tiempo para admirar anatomías en este momento. Salgo corriendo en sentido contrario. Ellos son muchos más, y me atacarán en grupo.

Mis ganas de vengar la muerte del desconocido en el bar nublaron mi juicio. Después de ver un ataque como ese, es evidente que tuvo que ser más de uno, por eso ha quedado así.

Corro con todas mis fuerzas por el mismo camino que me había adentrado, sin embargo, los cuatro hombres me dan alcance. Son demasiado rápidos, incluso pareciendo humanos.

Saco mi arma y me atrevo a dispararle a uno de ellos. Creo que le doy en una pierna, porque cae al piso y emite un aullido de dolor.

Otro de ellos me gruñe en respuesta. Si me capturan bien puedo darme por muerta.

Sigo corriendo hasta que mis pulmones arden, necesito respirar. Vuelvo a arrojar otra de mis granadas de luz para poder ocultarme. Una enorme roca es lo único que me puede dar refugio en este momento.

Me deslizo sobre el suelo húmedo. La tierra y las hojas secas se pegan a mi pantalón. A pesar de que hace frío, por la frente me recorre el sudor. Respiro con agitación, puedo ver el vaho de mi aliento en el ambiente.

—¿Dónde estará la cazadora? —canturrea el que me ha gruñido.

—Al Alfa le va a encantar cuando se la llevemos —se burla el tercero de ellos.

Su pequeña conversación solo me confirma una cosa. Ninguno de ellos es el lobo que estoy buscando. Le quito el seguro a mi arma de nuevo. Muy seguramente al que le disparé, ya se habrá recuperado.

Esta noche hay una luna en cuarto creciente. Se acerca la luna llena y eso los vuelve más poderosos, más salvajes, y sin ninguna duda, mucho más letales. Solo tengo una oportunidad para acabar con ellos antes de que me atrapen a mí.

No voy a negar que tengo miedo, siempre lo tengo cuando me enfrento a algo así; sería estúpido de mi parte no ser precavida, y me creería demasiado si anduviera haciéndome la osada por ahí.

—Puedo olerte a kilómetros, cazadora. No podrás huir de mí —amenaza.

Mi corazón va tan rápido que me es imposible tranquilizarme.

—¡Aquí estás! —grita otro brincando justo frente a mí.

Le disparo en la cabeza sin pensarlo demasiado, pero el hombre detiene la bala en el aire, justo antes de que impacte con su frente.

Miro con ojos desorbitados lo que acaba de hacer, nunca había visto que alguien fuese capaz de hacer algo así.

La plata le quema los dedos, así que la deja caer al suelo. Sin embargo, eso no me sirve de nada, estoy indefensa y acorralada aquí.

Los otros tres se aparecen y me cercan una vez más.

—Se acabó el juego —dice el más grande de ellos. Sus ojos son de un intenso amarillo, brillan en la oscuridad cual bestia salvaje. Debe ser uno de los Betas de la manada.

Los otros dos en cambio, son de ojos negros; omegas, seguramente.

—Eso es lo que crees —respondo en un intento por parecer que tengo alguna ventaja oculta bajo la manga, la verdad es que no.

—¡Llévensela! —ordena.

—¿No vas a matarme? —cuestiono.

—Esta noche estás de suerte, cazadora. Nuestro Alfa quiere que capturemos al responsable. No es coincidencia que haya aparecido muerto cuando llegaste tú.

Estos tipos creen que he sido yo la que acabó con la vida del hombre del bar. Eso es imposible. Me echo a reír sin importarme que los cuatro me den una mirada de pocos amigos.

—¿Cómo puedes creer que yo voy a hacer algo así? Es evidente que ha sido otro de los tuyos. Quizá tienes a un traidor entre esos —digo señalando con la cabeza a los dos Omegas.

Los dos hombres me gruñen y hacen un amago para acercarse a mí.

—Tranquilos —advierte el Beta poniéndoles la mano—, dejemos que nuestro Alfa se encargue.

Les hace una seña y ambos se acercan a mí y me toman de los brazos con brusquedad, desarmándome en el proceso.

Me empujan sin importarles ni una pizca ser delicados conmigo. Nos adentramos más en el bosque, dejando atrás toda posibilidad de que algún humano aparezca de la nada y me libre del destino que me espera.

Si esta manada me cree responsable de la muerte del hombre del bar, entonces estas son mis últimas horas con vida, a menos que pueda  probar mi inocencia.

Caminamos un buen tramo, intento no desorientarme y grabar el camino en mi memoria, así, si tengo una mínima oportunidad de escapar, podré saber por dónde volver. De pronto a mi mente viene todo lo que no he estado procesando.

¿Por qué a los lobos les interesa tanto la muerte de un humano en el bosque? Es claro que no han sido ellos si están buscando al responsable, pero, aun así, no entiendo el motivo de querer acabar conmigo por esa supuesta sospecha.

Finalmente llegamos a un claro, donde hay una choza de tamaño mediano con un grupo de más lobos reunidos. Son al menos ocho más de ellos. No hay manera de que logre salir sola de aquí. Si tan solo pudiera acceder a mi teléfono, tal vez podría pedir ayuda al gremio.

Los sujetos, entre Betas y Omegas comienzan a aullar y gritar cuando me ven.

—¿Qué has traído, Alarick? —pregunta uno de ellos. Un hombre que aparenta unos treinta y algo de años.

El Omega que me sujeta, me arroja al suelo con violencia. Logro detener la caída poniendo mis manos en frente, aun así, no puedo decir que no me dolió. Levanto la cabeza hacia ellos, y los miro con desprecio.

—Es una cazadora.

—¿Qué? Hace muchas lunas que no ha habido cazadores en Numore.

—Pues esa era acabó. Ella tiene que ser la asesina, si no, ¿quién más? —acusa.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —increpa el hombre, que no deja de mirarme.

—Es la única que ha estado en estos bosques que es capaz de algo así.

—Qué fácil hablas, lobo —espeto—, yo nunca sería capaz de hacer esa carnicería.

El Beta, que ahora sé que se llama Alarick, se agacha y me da una bofetada con toda su mano abierta que me arroja hacia atrás.

—¡Silencio!

—Alarick, al Alfa no le gustará esto.

—¿Dónde está? —pregunta con agitación.

—Ya debe estar por volver, fue a buscar el cuerpo.

—Métanla en una jaula mientras tanto —dice Alarick con sorna, seguido de una carcajada.

Él será el primero que mate cuando logre salir de aquí. Por otro lado, el Beta que me trajo vuelve a tomarme del brazo y me arrastra hasta una jaula bastante grande, me arroja dentro y cierra la puerta sin quitarme la mirada de encima.

Es irónico que sea yo la que esté metida en una de estas, cuando son las bestias salvajes que me capturaron, las que deberían estar aquí.

Los barrotes son de metal y lo suficientemente gruesos como para evitar que pase entre ellos.

Desde donde estoy, alcanzo a ver el fuego ardiente de la pequeña fogata que han encendido, y las siluetas de cada uno de ellos, reunidos a su alrededor.

Tengo la impresión de que ninguno de ellos ha visto en realidad al hombre asesinado.

En eso, un hombre grande y fornido se aparece en el claro, no alcanzo a ver quién es, pues está demasiado lejos. Lleva a cuestas a alguien más. Los lobos aúllan cuando él deposita el cadáver en el suelo. Parecen discutir sobre algo, hasta que el Beta señala en mi dirección.

Trago en seco, es el momento de la verdad, ese debe ser el Alfa. La contraluz no me permite ver su rostro, sino hasta que está lo suficientemente cerca de mí.

Reconozco sus ojos azules, y sin poder evitarlo ahogo un suspiro de asombro. No puede ser, ¿qué es lo que está pasando?

—¿Tú? —pregunta con tono acusatorio, el mismo hombre del bar, el que creí que estaba muerto.

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