Tala despertó cuando sintió que el agua mojaba sus labios resecos y el agradable calor de una hoguera.
—Está despertando —escuchó una voz masculina que no conocía y quiso fingir que volvía a perder el conocimiento.
No podía creer que esos hombres la habían curado después de dañarla solo para continuar con su tortura.
—Eso es bueno, se recupera rápido, así podrá caminar y no habrá que cargarla —contestó otra voz—. Ya quiero llegar a la manada.
—Tú siempre tan práctico —le contestó el que se encontraba a su lado—. No le hagas caso, mujer, Kailen odia las interrupciones y está molesto. Puedes dejar de hacerte la dormida, sé que estás despierta.
A Tala no le quedó otro remedio que abrir los ojos y el rostro que la recibió no tenía nada que ver con el de los hombres que la habían atacado. El semblante de este era amable y cuando intentó sentarse para poder ver al dueño de la otra voz, descubrió a otro hombre con el ceño fruncido y expresión malhumorada, pero no detectó peligro en ello