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Lord se separó ligeramente del cuerpo que temblaba debajo de él para admirar en medio de la oscuridad, con sus orbes relucientes las marcas que había dejado en todo el cuello de la mujer y que ahora se extendían desde allí hasta su clavícula y terminaban en uno de los pechos que acababa de soltar. Se relamió el hilo de saliva que unía su lengua con la piel enrojecida. Se sentía orgulloso de su trabajo, así debía estar siempre la piel de su compañera.

Aun así, no bajaba la molestia en su interior. Ella había osado drogarlo y amarrarlo. Le había puesto un maldito bozal como si él fuera un perro. Él era un lobo, un alfa de manada. De solo recordarlo le erizó el cabello de la nuca. Bajó la cabeza y mordió el pecho de ella con tanta fuerza que la mujer soltó un gemido agudo y sus párpados revoloteaban.

Lord sabía que ella no desperraría del todo. Y si lo hiciera, embobada con sus feromonas de seguro pensaría que estaba en medio de un sueño. Por lo que apretó el otro pecho entre sus dedos y
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