14. LOS HOMBRES HIENAS

La soledad pesa sobre Jacking como una manta pesada y fría. El Alfa Supremo, acostumbrado a tener su lobo a su lado, se siente extrañamente vacío sin su presencia. Y la idea de que un dios está jugando con él, con ellos, hace que el vacío sea aún más profundo. No está dispuesto a abandonar a su lobo, a Mat. No ahora, no nunca.

Con una determinación férrea, Jacking se dirige hacia las cuevas sagradas, un laberinto de pasadizos oscuros y húmedos que desembocan en la cueva de la luz de la luna. Allí, en el corazón de la tierra, convoca a la madre Yat. La diosa desciende a su llamado, su presencia llena la cueva con una luz suave y plateada.

—¿Para qué me llamas, hijo? —pregunta la madre Yat, su voz es como una melodía en el aire fresco de la cueva—. Sabes que siempre estoy dispuesta a ofrecerte otra alma de lobo.

—Madre, no vengo a solicitarle que me devuelva a mi lobo —responde Jacking, su voz es firme pero respetuosa.

La madre Yat lo mira con sorpresa, sus ojos brillantes en la semi os
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