Edúcame si Puedes
Edúcame si Puedes
Por: Pame/iana
1.-"Ella, la malcriada"

Una carta sobre la mesa, es recogida por un hombre que la lee cuidadosamente.

–Valla… un reto, enseñar a una señorita... –comienza a caminar alrededor de la mesa–. La carta señala, que mi presencia es urgente y no se me permite negarme –rosa la carta cerca de los labios en compañía de una sonrisa de lado–. Esto tal vez sea suicida, ya que viene con un sello perteneciente a una de las familias más ricas de este país, de quienes se especula, están vinculadas con la mafia –lanza la carta sobre la mesa, meditando sobre lo que aria.

Marco Preminger, como se llamaba el hombre, apuesto y elegante, de treinta años, según su actual currículo. Camino por el domicilio decidiendo empezar armar sus maletas, para averiguar de cerca  lo que sería su nuevo trabajo, haciendo lo que mejor sabía hacer.

Al ya estar frente a la gran mansión, solo medito un poco acerca de lo que aria. Pensando en si tomar este reto, o decidirse entre los otros que estaban en la espera de su respuesta.

–Ufff... ¿y ahora que pasara? –suspirón hondo.

Vestido con un traje negro, corbata negra, camisa blanca y un pequeño sombrero negro, toco la gran puerta, haciendo su aparición en la famosa mansión de la familia M.

~*Toc~Toc~Toc*~ toco ligeramente el portón, esperando que alguien acudiera a su llamado, al mismo tiempo en que se ocultaba del sol.

Mientras tanto, dentro de la mansión, los gritos de la servidumbre, se podían escuchar a millares de kilómetros.

–¡Esto es divertido! –exclamo una chica de diecisiete años, quien corría por toda la mansión, asuntando a los sirvientes por doquier.

Mariana Méndez, era la hija de un estricto hombre, jefe de una prestigiosa familia, suficientemente rica para ser parte de la alta sociedad, a quien también se le especulaba era el cabecilla mayor de una gran mafia, que se camuflaba ante una buena posición de poder y negocios blancos y negros. El padre de esta misma, quien debido a su trabajo, no podía educar adecuadamente a su hija y aun peor, luego de la muerte de su esposa.

La rebelde niña, que ya había desterrado de la mansión al ciento séptimo tutor, corría feliz de la vida, por aquel lugar, sabiendo claramente, que su padre no se atrevería a traer otro tonto profesor para ella.

Mientras saltaba y danzaba feliz, oyó la puerta sonar, y al ver que nadie habría, se dispuso a abrirla.

–¿Quién es? –Mariana observo a un hombre de traje, parado frente a ella, esperando por una respuesta de su parte.

Marco, que poseía ojos negros, la miro con frialdad, al mismo tiempo de observar sus manos, que temblaban por hiperactividad.

–Mi nombre es Marco, y creo que tú debes de ser Mariana –la observo detalladamente–. Estoy aquí porque he sido llamado por tu padre. Por favor, llevarme con él.

Cambiando sus ánimos de felicidad, ella lo miro con mucha hostilidad, deseando que no fuese lo último que pensaba.

–¿Mi padre? –uso un tono de voz severo–. No lo creo... seguro eres otro de esos tipos que me quieren educar –clavo su mirada de ojos cafés, sobre la mirada de Marco–. Yo no quiero a otro de esos, así que es mejor que te marches.

Mariana, sin esperar repuesta de él, cerró la puerta rápidamente, pero esta, antes de ser cerrada, fue detenida por el pie de Marco, que impidió cerrar la puerta.

–Yo no fui llamado para ser rechazado, a si tan fácilmente –comenzó a abrirse paso entre el pequeño espacio de la puerta, por el cual, se introducía lentamente para entrar.

La fuerza de él, era mayor que el de la chica, por lo que entrar, cada vez se le hacía más fácil.

Cuando ya estuvo a dentro, observo a Mariana, quien lo fulminaba con la mirada.

–Tsss, estúpida niña. Créeme que no quisiera estar aquí... pero fue tu padre el que solicito mis servicios. Por lo que son, nadie aceptaría este trabajo… –hizo una leve pausa–, sin embargo me gustan los retos…

–Y es por eso que me lo recomendaron... –hablo un hombre de rostro severo, casi entrado en edad, quien portaba un traje formal y un bastón–. Le doy la bienvenida señor Marco. Dígame, que está pasando aquí…

–Padre… –susurro Mariana, mirándolo firmemente para atacar–. Dile a este hombre que se marche. Ya no quiero más de estos tipos –enojada, no dudo en expresar lo que quería, y aún más, cuando veía la típica cara seria de su padre, la cual siempre ella catalogaba como la de un viejo gruñón.

 –Para tu información Mariana, no tienes el derecho absoluto de decidir lo que quieres. Soy tu padre y yo decido hasta cuando termina esto, así que no demandes nada –hablo muy severamente el hombre, mientras se acercaba a Marco, quien solo lo observaba.

–Marco Preminger, señor Méndez. Ese es mi nombre. Y como ya veo, es casi todo lo que describió en la carta, señor –dijo Marco, mirando de reojo a Mariana, quien estaba enfadada y cruzada de brazos.

–¡Oh vaya! Y tal parece que usted también es todo lo que me describieron. Por favor, solo llámame Arón. Ahora terminemos nuestra conversación en mi despacho. Por favor sígame.

El padre de Mariana, se encamino en compañía de su huésped, quien inspecciona con la mirada, todo a su alrededor.

Al llegar al despacho, el señor Arón tomo asiento detrás de su extenso y bien organizado escritorio, pidiéndole a su acompañante que se sentara.

Por un momento, ellos dos no se dijeron nada, siendo el hombre detrás del escritorio, quien solo fulminara con la mirada a quien en frente de él estaba, mientras enlazaba sus manos y se afirmaba en su escritorio, imponiendo la seriedad en su rostro en espera de lo que dijera su acompañante.

Por otra parte, Marco estaba en la espera de que, quien lo había llamado, le dijera los detalles de lo que esperaba que hiciera. Él se sentía algo incómodo con el silencio, y la habitación que reflejaba un aura oscura lo hacía sentir aún más incómodo, pero a pesar de eso, prefirió no demostrarlo ante quien lo fulminaba con la mirada.

El hombre mayor, en vista de que no infundía ningún miedo ante su huésped, decidió comenzar a hablar.

–Bien… creo saber con exactitud, que te estas preguntando ¿Por qué te he pedido que vinieras? Y también sé qué esperas que te diga que tienes que hacer… –el hombre tomo aire y abrió uno de los cajos de su escritorio, de donde saco una enorme carpeta–. Pues bien, para comenzar, ten estos archivos –deslizo la carpeta en frente de él, ordenándole a su acompañante tomarlo–. En ellos se encuentra la información necesaria con respecto a mi hija. Por ella es que solicite tus servicios, porque creo que eres mi única opción para enderezar a mi progenitora. Tu reputación como el mejor en hacer tu trabajo, es lo que me obligo a llamarte para este problema.

–¿Qué le asegura que soy el indicado para esto? Como yo, hay mucho sin embargo... ¿Cómo acertó conmigo? ¿Cómo descubrió donde encontrarme?

–Para mí, los rumores que me benefician llegan primero. Eres conocido por no aceptar educar a cualquiera, si no, a verdaderos casos que no tendrían esperanza, y que tu logras enderezar y volver lo imposible en posible –el hombre mayor, llevo su barbilla a sus manos enlazadas, recargando el peso de su cabeza en sus manos–. Te gustan los retos, y mi hija lo es. Eres mi único recurso y te necesito.

–¿Cómo consiguió mi paradero? –pregunto Marco, con una mirada seria

–Eso fue algo complicado, y me sorprende, porque nunca había tenido tanto problema para encontrar a alguien. Es como si te escondieras de alguien o algo. Pero bueno, como lo dije antes, lo que me beneficia me llega primero, y uniendo piezas, pude dar contigo.

–Ya veo… –Marco, abrió la carpeta que su acompañante le entrego, viendo en el costado izquierdo, una foto de Mariana–. Dígame con exactitud qué quieres que haga con ella, y ante quien me dejara –hablo sin rodeos.

–Mariana Amy Méndez Morriz, 17 años –el hombre mayor se levantó de su haciendo, y caminando lentamente, comenzó a rodear su escritorio–. Tiene problemas de bipolaridad, no es obediente ni le gusta acatar órdenes, es demasiado traviesa y problemática…

–¿Qué grado de problemática estamos hablando? –hablo rápidamente Marco.

–El grado de fugarse, cometer rebeldía, sabe manejar con agilidad armas y sus derivados –dijo el hombre mayor, recostándose en una esquina del escritorio, con su acompañante a su derecha–. Suele ser grosera, infantil y a su vez alguien con problemas de manejo de la ira. Es peligrosa si la provocan.

–¿Grado del peligro?

–Tomo clases de auto defensa, y lo usa en contra de cualquiera –se cruzó de brazos, dirigiendo su mirada a un lugar vacío de la habitación–. Empiezo a creer que fue mala idea permitir que aprendiera esas clases de cosas, junto a otras –el señor Arón, volvió de vuelta tras su escritorio, esperando alguna pregunta por parte de su acompañante.

–Entiendo… –Marco, dejo de observar el expediente de quien era su reto, y dirigió su mirada a quien parecía, suplicar por su ayuda–. Realmente su hija es alguien con un gran problema, de cierta manera. Supongo que lo que me acaba de contar, no se lo ha contado a ningún otro tutor de ella ¿Cierto?

–Está en lo correcto –el hombre cerro los ojos en forma de aceptación.

–Entonces si me lo ha dicho, es porque de verdad quiere que lo vea como un reto –cruzándose de brazos, Marco se lo pensó muy bien.

Para él, Mariana era todo un verdadero reto. Era muy distinta a sus retos anteriores, y ninguno de ellos había tenido tantas cualidades extravagantes en una sola persona. Este era el reto de su vida, y sabía que al aceptarlo, se estaba exponiendo a un peligro de doble cuchillo, al dar sus servicios a un hombre rico, con rumores en el bajo mundo, de ser un mafioso muy conocido por desaparecer gente de su camino.

Pero aun así, Marco parecía estar totalmente convencido de lo que daría como respuesta.

–Señor Arón, en vista de lo cual tan desesperado que esta, acepto este reto. Pero desde ya le informo, que usted no podrá interferir en mis métodos de enseñanza. Con esto quiero evitar su intromisión ante los métodos que emplee con ella. Esto no quiere decir que le haga daño u otra cosa, por lo contrario, yo soy una persona seria y mantendré mi distancia ante su hija. No me propasare en ningún momento, y en caso de que me vea atacado por ella, no le aseguro no actuar en defensa propia. Por lo que me ha contado, su hija es peligrosa y sé que puedo esperarme lo peor de ella. Eso es lo principal que le pediré para poder ser el tutor de su hija.

–No tengo problema con lo que me ha dicho. Estoy consciente de lo que puede ser capaz de hacer mi hija, por lo tanto haga lo que tenga que hacer, no interferiré en como pueda educarla. Ahora aclarado eso de su parte, yo quiero aclararle algo más de la mía… –abriendo un cajón de su escritorio, el señor Arón, le entrego una pequeña caja de terciopelo a su acompañante–. No sé si usted tendrá conocimientos acerca de lo que hago, aunque estoy seguro de que sí. Mi nombre es muy conocido en un bajo mundo del cual, trato de mantener a mi hija a raya. Es por eso que le pido que utilice esto, en caso de emergencia. Es obligatorio que lo tenga.

Marco al ver la caja la abrió enseguida, topándose con la sorpresa de ver un arma.

–Según su información, que por cierto fue lo más difícil de adquirir, dice que sabe usas armas. Con mucha más razón lo solicite a usted. Es curioso que información suya no se localice en ningún lado, eso es algo que quería preguntarle.

–Una regla más conmigo, y es que no trate de averiguar nada de mi pasado. Soy solo un profesor, y hay murió. Está claro señor Arón –cerrando la caja, en donde estaba el arma, Marco solo observo al hombre en frente de él.

–De acuerdo señor Preminger. Are lo solicitado –se levantó de su asiento, camino a la puerta, la cual abrió dejando pasar a una muchacha de la servidumbre–. Si me disculpa… –llamo la atención de Marco, quien se levantó de su asiento–. Por favor, acompañe a la muchacha. Ella le mostrara su habitación.

Marco, tomando la caja de tercio pelo junto a la carpeta con documento, camino hacia la salida en compañía de la muchacha.

–Espero que tenga una bonita estancia, señor Preminger– fue lo último que escucho Marco, antes de que las puertas del despacho se cerrara, haciéndole saber que había empezado su trabajo.

Al llegar él a su habitación, dejo la caja y la carpeta sobre el escritorio de la recamara.

Sabía que su estancia ahora sería permanente, por lo que tendría que ir a recoger sus cosas a la casa de un amigo.

–¡¡¡AH…!!!– se oyeron unos gritos muy fuertes, por parte de una mujer. Deduciendo él, que serían a causa de su ya actual estudiante.

Aun no podía olvidar el desagradable encuentro con la persona a la que él, ya denominaba “Chiquilla malcriada”.

Obligándose a ya actuar, salió de su habitación, encaminándose por los amplios pasillos de aquella mansión, obteniendo éxito en llegar al salón principal, lugar de donde provenían los gritos.

–¿Quién quiere jugar conmigo? –entre risitas, Mariana sostenía un cuchillo alrededor del cuello de unas de las sirvientas, la cual estaba a punto de desmayarse.

–Señorita Mariana, por favor, baje el cuchillo es peligro –la muchacha que antes había acompañado a Marco, ahora estaba tratando de hacer entrar en razón a Mariana, quien no tenía intenciones de bajar el cuchillo.

–¿Por qué lo aria? mi padre quiere ponerme otro tutor, y yo quiero el caos ¿tal vez debería matarla? Así mi padre se rendiría conmigo –sin siquiera escuchar, Mariana sostenía firmemente el cuchillo.

–Señorita Mariana, será mejor que baje el cuchillo –Marco trato de llamar su atención, alterándola más al verlo.

–¡Tu! –ella lo apunto con el cuchillo–. ¡Eres el estorbo en mis zapatos! ¿Dime que le dijiste que no y que te iras? ¡Solo si es así, no la degollare! –alterada y con un rostro nada amigable, ella lo fulminaba con la mirada.

–No lo creo señorita –acercándose ágilmente a ella, Marco logro tomarla de la muñeca, doblándosela para que soltara el cuchillo, el cual cayó al suelo en compañía del gran asombro de la servidumbre en general.

–¡Idiota…! –logro soltarse de su agarre, intentando tomar nuevamente el cuchillo, que él luego deslizo lejos de ella–. ¡Vete de aquí!, yo no te necesito.

–¡Oh! Por lo contrario. Me necesitas más de lo que te imaginas –le sonrió triunfantemente él a ella. Retorciéndose de ira Mariana, ante sus palabras.

–Conseguiré que te largues de aquí ¡Ya lo veras! –hecha toda una furia, Mariana abandono el salón.

–Eso estuvo bien… –se susurró a sí mismo el padre de Mariana, quien había estado escondido observando las cosas desde lejos.

El hombre, había dudado de las habilidades de su huésped, pero ahora, estaba más que convencido al dejar a su progenitora en manos de quien la podían enderezar.

El señor Arón, abandonando el lugar de los hechos, tranquilizaba un poco su mente y nervios. Confiaba en que por fin, su anhelada y esperada tranquilidad llegaría.

Por otro lado, Marco ayudaba a la sirvienta casi desmallada, quien aún no se recuperaba del susto.

Obteniendo su segundo encuentro desagradable con Mariana. Marco analizo las cosas, pensando en comenzar a indagar en el ambiente de aquella “Malcriada”.

Primero comenzó a hablar con la servidumbre y quienes le servían a ella, preguntándoles sobre el comportamiento que solía obtener siempre la chica, obteniendo más de una vez, relatos extraños y locos con respecto a sus travesuras.

Lo que más le sorprendía, eran las formas en que el jardinero le relataba, como la había visto escapar de la mansión, viéndose amenazado por ella, en cuanto a que lo despediría o lo desaparecería.

La mayoría de los empleados le temían a la adolescente de 17 años, quien cometía locuras y comenzaba discusiones con su padre extremadamente peligrosas.

Marco, estaba sorprendido por el alto currículo de peligro que tenía una simple chica, preguntando a muchos el ¿por qué?, a pesar de ser una chica peligrosa, le siguen sirviendo. Obteniendo siempre como respuesta, la buena paga del empleo y el miedo al señor Arón.

Después de indagar y recolectar la información necesaria para él, se dispuso a descansar cuando el sol se ocultó, y su “malcriada” estudiante, se convirtió en un problema para Morfeo.

Al día siguiente, Marco solicito el retiro de su presencia por unas horas, para poder ir por sus cosas.

Ya de vuelta, siguió inspeccionando su habita de trabajo, analizando los pasos de su “malcriada” alumna, a quien veía caprichosa en cada acto.

En la hora del almuerzo, se le permitió comer en el comedor junto a ella, quien lo miraba con desagrado y asco, teniendo él, que soportar el infantil gusto en cada plato. Siendo la primera vez, que él notara la falta de ausencia por parte el señor Arón, quien no almorzó junto a ellos.

Las horas transcurrieron a favor de Marco, quien había comenzado a ganar la confianza de los empleados, averiguando los gustos y costumbres de Mariana.

El sol nuevamente se ocultaba, y la hora de la cena era presente, notando Marco, por segunda vez, la falta de ausencia por parte del señor Arón, quien nuevamente no se presentó a comer con ellos.

–No quiero brócoli al vapor, ni un pedazo de carne –demando Mariana al ver su cena–. ¡No quiero esa porquería! –tomo el plato de comida, y lo aventó al suelo, exigiendo que le trajeran otra cosa.

–Por favor… –Marco llamo a la sirvienta– vuélvele a servir otro plato como ese, y omite el postre de esta noche.

–¡Como te atreves! –rugió rápidamente Mariana–. ¡No tienes derecho a darles órdenes!

–Te equivocas. Soy tu tutor, lo que me permite decidir en la mayoría de cosas que hagas. Y yo no permitiré que pidas lo que quieras en la comida. Desde ahora comienzan tus clases conmigo, y tu enderezamiento, jovencita.

–¿Mí qué? –ella lo fulmino con la mirada, terminando por relajarse un momento sin expresión alguna–. De acuerdo… está bien –sonriendo angelicalmente, Marco pensó que sería el fin de su berrinche por la comida.

Sin embargo, tan pronto como él se confió, Mariana cambio su sonrisa por una ladeada, tomando un tenedor cerca de su mano, lanzándoselo directamente al rostro de Marco, quien con éxito, pudo esquivar el objeto.

–Ya veremos tonto quien gana. De pasado mañana no pasas –y hecha toda un huracán, se retiró del comedor, dejando detrás de ella todo un desastre de bajilla rota y utensilios aspergeados.

–Que niña… –terminando su cena. Marco se dirigió a su habitación, para ordenar sus cosas.

Sabía que mañana seria el día, en que lidiaría más con su alumna malcriada, lo que le sería todo un lio.

Al abrir el armario de su habitación, se topó con una extraña sorpresa dentro de él.

–Esto tiene que ser una broma… –mirando las escrituras en las paredes del armario. No dudo en pensar que fueron hechas por los antiguos tutores.

Lo escrito en las paredes del armario, eran más bien advertencias como “Corre” “Huye” “Vete” y de más cosas. Claro estaba que los tutores anteriores, le temían mucho a ella.

–Hasta incluso la describen como “Puede parecer un ángel pero es peor que el diablo”  –rio un poco para él–. Pobre de ellos –cerrando el armario, decidió no desempacar esa maleta hasta pedir otro, sin escrituras de advertencia.

Continuando con el tercer día, Marco estaba listo para comenzar con las clases impuestas a su “Malcriada alumna”, pidiéndole a una de las mucamas, que le informara el paradero de Mariana.

–Está en el salón del ala oeste –comunico la mucama con una frágil voz.

–Gracias. Por favor, lleve algo de hielo dentro de unos 30 minutos –con una sonrisa amable, Marco se dirigió al salón del ala oeste, donde efectivamente ella estaba.

Ingreso sin anunciarse en el salón, siendo recibido por la mirada de la joven, que albergaba odio y desagrado.

–Señorita Mariana, ya va siendo el momento de que empiece con sus clases –se acercó a ella, a una distancia moderada.

–Pierdes el tiempo. Vete.

–En vista de que será su primera clase, empezaremos con Lenguaje y Lectura Crítica, después implantaremos clases de modales básicos e historia. Por ahora esas serán sus clases.

–¡TE HE DICHO QUE NO ME INTERESA! ¡LARGATE! –enojada lo ignoro, dirigiéndose a la salida del salón.

–No lo creo –la tomo del brazo–. Yo no soy tu juego niña. Tengo que hacer mi trabajo y eso es educarte. Entendido.

–¡SUELTAME IDIOTA! –demando furiosa–. Jamás nadie va a educarme, como desea mi padre –forcejeo para soltarse de su agarre.

–Estás equivocada. Te enderezare tal y como quiere tu padre.

– ¡NO!

Mariana, furiosa por las palabras de Marco, golpeo la pierna de él con su pie. Provocando que este la soltara por el dolor.

–¡Niña malcriada! –adolorido Marco, toco su pierna por impulso humano, fulminando con la mirada a la malcriada chica, que le causo el dolor.

–No te metas conmigo, anciano –sacándole la lengua, en una posición y expresión berrinchuda, lo miro burlonamente.

La chica de ojos cafés, abandono el salón al instante, al mismo tiempo en que la sirvienta ingresaba al salón, con lo solicitado antes por Marco.

–Escuintla, ya me las pagaras– susurro para él, mientras la sirvienta lo socorría ante el dolor.

A Marco, extrañamente minutos antes, su conciencia le había dado un presentimiento sobre esto, lo que lo llevo a solicitar el hielo que puedo calmar el dolor de su pierna.

>>Solo un poco de tiempo. Ya verás lo que soy capaz de hacer<< pensó Marco, enojado por los acontecimientos.

Sabía que esto era el principio de muchos ataques por parte de ella, sin embargo él estaba dispuesto a usar la fuerza bruta con tal de cumplir con su objetivo.

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