2.-“Él, su estricto tutor”

Mientras tanto, Mariana caminaba por la mansión, maldiciendo internamente por tener otro idiota detrás de ella, jurándose nuevamente, sacarlo corriendo de la mansión, lo más pronto posible.

Al llegar la hora de la merienda, Mariana comió lo que se le sirvió, sin rechistar de los alimentos.

Su mente estaba tan ocupada, pensando un plan para deshacerse de su tutor, que ni siquiera la presencia de este mismo, pudo impedir que maquinara un plan, que lo sacaría de su vida.

–Gracias por los alimentos –sin expresión alguna, Mariana se levantó de la mesa y camino sin rumbo fijo, fuera del comedor.

Su mente era ingeniosa y perversa, siempre conseguía lo que quería, aun si esto le costara ser buena niña, por un día.

Era viernes. El único día en que su padre le prestaba algo de atención a su entorno en la mansión, y a ella durante la cena. Así que lo usaría sabiamente para su plan.

Y así fue como el tiempo prosiguió, y la hora de la cena llego.

Marco, por primera vez, vio al señor Arón, cenar en compañía de su hija, quien mostraba los más amables y finos modales durante la cena.

No había berrinches, ni quejas por parte de Mariana. Todo era tranquilo así como lo fue en el almuerzo.

Marco comenzaba a sospechar sobre el comportamiento de su alumna, pues no había pasado tanto tiempo, desde que los dos habían discutido sobre la educación de ella.

Mientras los platos eran servidos y vaciados, el silencio era un incómodo anfitrión. Marco solo observaba de reojo a su callada y comportada alumna, quien ahora aparentaba ser un ángel, escondiendo los cuernos.

Terminada la cena, el señor Arón, le pidió a la sirvienta felicitar al chef, siendo los últimos platos recogidos, a su vez en que él, enlaza sus manos y miraba a su hija.

–Mariana ¿hay algo que quieras decirme hoy? –hablo sin rodeos, el padre de la joven.

–Si padre, y ya sabes lo que es. No quiero otro tutor, así que por favor, desiste de tu decisión.

–No lo are. Y si eso es todo lo que quieres decirme, me retirare.

–¡No padre! bríndame un como más de tu tiempo.

Mariana, suspirando hondo, analizo las cosas antes de que su padre se marchara. La resignación parecía ser su única opción.

–De acuerdo padre. Usted gana. Accederé a este tutor que me has dado. Daré todo de mí, para que este sea el último tutor que me pongas.

–¿No mientes?… –el hombre de manos cruzadas, dudaba sobre las palabras de su traviesa y bipolar hija. Ya antes había escuchado algo así.

–No miento padre –Mariana volteo su mirada hacia Marco, quien solo observaba su conversa–. Si usted, tutor. Me ayuda con lo que me espera el destino, no me opondré a sus métodos de enseñanza. Así que, por favor, llevémonos bien desde ahora –con una sonrisa angelical, ella aparto la mirada de Marco, quien estaba muy desconcertado por su comportamiento.

Mariana, sin duda alguna, era de esas chicas que sonreían diciendo la verdad, pero algo no le cuadraba a su padre.

Después del pequeño acontecimiento, Marco se dispuso a descansar en su recamara, pero fue interceptado en uno de los pasillos por Mariana.

–¿Podemos hablar? –pregunto ella, entrelazando sus manos al frente.

–¿De qué desea hablar? –mirándola seriamente, Marco espero lo peor de sus palabras.

–Sobre lo que dije en el comedor –sonriendo–, voy en serio. Ya no quiero oponerme al aprendizaje que quiere mi padre para mí. Quiero que en verdad logres enseñarme lo que necesito.

Marco, no se podía creer lo que le decía su malcriada alumna. Para él, esto era un truco.

–Yo no te creo eso. Piensas que actuando de manera angelical y de buen modo, puedes ocultarme tus verdaderas intenciones. Lo que tú quieres es que yo me largue de aquí –muy serio, Marco la fulmino con la mirada.

Por otra parte, la tranquila niña le sonrió amigablemente, negando con la cabeza sus acusaciones.

–Te equivocas. Quiero que todo ande bien desde ahora. También quiero disculparme por lo ocurrido en la mañana, actué de una manera inadecuada. Espero que lo comprendas.

Él no sabía si era bueno creer en esas palabras, pues conocía del peligro que la adolescente producía.

–Mira, que tal si comenzamos desde cero –extendiendo su mano derecha, la angelical chica espero que él estrechara su mano, en símbolo de tregua mutua.

El hombre de cabellera negra y mirada dudosa, no sabía si bajar la guardia con quien ahora pretendía ser una chica pasiva y buena, ya que los actos del pasado lo tenían en alerta, y no le permitían confiarse para nada.

Aunque por alguna extraña razón, paso por la mente del mayor, que podría ser un gran paso para un gran avance.

–Está bien señorita Mariana. Tomare esto como una tregua –estrecho Marco, su mano derecha con la de la angelical niña en frente de él.

–Entonces mañana empezaremos todo. Daré mi mayor esfuerzo para comportarme.

–Está bien –respondió en seco el adulto, quien aún no se podía creer lo que ocurría.

–Bueno, ya va siendo hora de que me prepare para ir a dormir. Nos vemos hasta mañana profesor –sonriendo gentilmente, Mariana camino rumbo a su recamara, abandonando a Marco para que continuara su camino.

Por los pasillos, la niña que portaba una sonrisa de oreja a oreja, solo esperaba llegar a su cuarto lo más pronto posible, diciéndose una y otra vez “Así las cosas estarán mejor” sonriendo de una manera angelical y diabólica.

Mientras que por otra parte, Marco no estaba del todo confiado por las palabras que había dicho su alumna. Algo dentro de él, lo hacía dudar, ya sea por instinto o por los acontecimientos.

Sin embargo, decidió ya no darle más vueltas al asunto hasta mañana, por lo que descansar en su recamara, y tranquilizar su mente ante tantos hechos en un día, era lo que más necesitaba ahora, obligándose a olvidar lo menos preocupante para avanzar hacia un tema muy apartada del principal…

***

Las diez y cuarenta y nueve de la noche, era la hora que marcaba el reloj del despacho del señor Arón.

El hombre de cincuenta y seis años, revisaba unos papeles sombre su escritorio, tratando de tomar una decisión en sus negocios, al mismo tiempo en que la jaqueca aparecía para perturbar su noche.

Su hija era un problema, pero sus negocios eran otro caso que debía manejar. Tener que dejarla sola con su nuevo tutor, podría traer problemas. El no deseaba encontrarse con uno más que corriera de su mansión, o que terminara suicidándose por presión a causa del trabajo.

Su hija, era la causante de sus migrañas, y la número uno en sacarle más canas de las que ya poseía, al igual de ser el tesoro más valioso que él debía proteger, aun si eso lo dejaba exhausto día tras día.

Él quería lo mejor para ella, sin embargo ella era una rebelde sin causa.

Siempre pensaba que la sucesora de su imperio no podía tener ese comportamiento, y al avanzar los días era más notoria que no lograba corregirla. Otros métodos en el pasado, lo habrían obligado a aceptar cosas no deseadas, pero él no estaba listo para eso. Además la idea de tener a otro sucesor no estaba tan lejos de su mente, después de todo… su imperio crecía y se expandía, las segundas opciones eran necesarias.

~*Toc~toc*~ la puerta sonó, interrumpiendo al hombre detrás del escritorio, quien dio permiso a quien había tocado la puerta.

–Disculpe, amo –ingreso una de las sirvientas a la habitación–. Me acaban de informar que el señor Preminger, desea que lo visite en su recamara para tratar algunos asuntos.

Suspirando pesado y cansado, él señor Arón esperaba que Marco no hubiese decidido abandonar el empleo y huir por su vida. Aun le preocupaba el hecho de que él, todavía no haya firmado el contrato correspondiente en cuanto a su estadía y servicio.

–De acuerdo, en un momento hablare con él. Por favor tráeme algo caliente para beber. Empezare a tomar cosas ligeras si quiero vivir aun en esta vida –sonriendo de lado sarcásticamente, vio a la sirvienta abandonar la habitación, teniendo su mente llena de dudas, presiones y recuerdos.

Por otra parte, Mariana rodaba sobre su cama esperando que las once y diez de la noche, llegaran con ansias.

Pensamientos como >>¿estás haciendo bien esto?<< inundaban su mente, dándoles como respuesta siempre, un gigantesco >>¡Sí!<<.

La alarma de su celular sonó, y se apresuró rápidamente en meterse al baño, hacer algo, y salir de ahí con un abrigo de botones muy largo, el cual solo era cerrado por dos botones a la mitad del cuerpo.

Okis –se dijo entre saltos, dirigiéndose hacia la salida, donde se encamino por los pasillos, hasta llegar en frente de la puerta de la recamara de su profesor.

*toc~toc~toc~*– toco la puerta, imitando el sonido que provoco.

–¿Quién es? –pregunto Marco, quien recostado en la cabecera de la cama, leía un libro antes de prepararse para ir a dormir.

–Profesor, soy Mariana. Traigo una carta de mi padre para usted ¿Puedo entrar?

–¿Una carta? –susurro para él –¿a esta hora? –se sentó al filo de la cama, sorprendido por lo oído.

Miro su reloj, que apuntaba las once y dieciocho de la noche, curioso por tal extraño recado a esta hora, ya tarde para tales mensajes.

–Él dice que es urgente y que se lo entregue en sus manos, personalmente.

Marco, quien se había sentido cómodo en su cama, dejo el libro sobre la repisa de noche, al mismo tiempo en que abría el primer cajón de la mesita de noche, por el cual introdujo su mano, sintiéndose preparado para lo que sea que estuviese hay afuera.

–Pasa. Adelante– en un tono serio, él permitió la entra de Mariana, quien ingreso con una sonrisa feliz en su rostro. Lo que le aseguraba a Marco, que no sería atacado por ella, con un arma blanca o punzante, terminando por suspirar y dejar el arma que minutos antes había agarrado en el cajón.

–Con permiso –se anunció Mariana al ingresar en la recamara, mientras el mayor, quitaba su mano del cajón y lo cerraba.

–Señorita Mariana. Es muy tarde para que este fuera de su habitación. Y es aún peor, que se encuentra en un cuarto a solas con un hombre.

–Lo sé, pero es importante –dijo la adolecente entrelazando sus dedos por detrás de su espalda.

–De acuerdo. Solo entrégueme la carta y márchese lo más pronto posible –hablo rápidamente.

–Sí, claro –se acercó hasta donde se encontraba él–. Esta es la carta… –busco en sus bolcillos la importante carta que no encontró–  ¡Ush! Creo que la olvide sobre el escritorio de padre –sonrió torpe.

–En vista de que no hay carta, retírese y búsquela, aunque si es mucho pedir, dígale a su padre que puede entregármela mañana por la mañana en su despacho, cuando valla a dejar el contrato.

Marco, levantándose de la cama, sintió como un abrazo lo tumbo sobre esta, impidiéndole levantarse.

–Pero profesor… –sonrió maliciosamente–. No solo vine aquí por una carta… –montándose sobre él, Mariana acaricio el cuello del mayor, quien solo la fulmino con la mirada.

–Señorita Mariana, por favor quítese de encima –hablo seriamente Marco, evitando cualquier tacto que lo perjudicara en su intento por quitarla de encima.

–Y si no quiero ¿qué aras? –desabrochando los dos botones del abrigo, Mariana dejo expuesto la pequeña pijama, conformada por un pequeño short blanco y una blusa estilo batola transparente con encajes del mismo color, que cubría muy bien la parte de los pechos pero dejaban un poco a la imaginación el abdomen de la chica.

– ¿Pero qué crees que estás haciendo?

–Algo divertido –susurro la traviesa chica, mientras se acercaba al rostro del mayor, con intenciones de intimidarlo.

–Por favor quítese de encima, es mi última advertencia –evitando contacto visual, Marco desvió la mirada de quien había roto el límite de alumna y profesor, tentándolo en juegos de adultos.

–No quiero y no lo are. Así que veamos cuanto aguantas con tu rol de profesor correcto –río la adolescente, al mismo tiempo en que mordía la oreja del mayor, quien parecía no tener alternativa ante lo que pasaría.

–De acuerdo. No diga que no se lo advertí– tomándola de la cintura, Marco hizo un movimiento rápido, logrando que los puestos se cambiaran, al igual que los roles.

–¿Pero qué haces? –el mayor, quien ahora estaba sobre ella, la tomo de las manos, apegándolas sobre la cama, para evitar alguna agresión de la menor.

–Te lo advertí –acercándose al rostro de la menor, él junto sus labios sin permiso de ella, quien se sorprendió ante el acto de quien consideraba nunca rompería su ética de esta manera.

Marco, quien no sabía sobre las experiencias vividas de la chica, decidió darle a conocer que sería capaz de esto y mucho más a la joven, por lo que fue brusco al besarla, y hacerse pasó dentro de la boca de la joven, invitándola a darle placer en un juego que no era para niños.

Sin duda alguna, mientras más duraba el beso, el mayor lograba intimidar a la menor, quien lo demostraba inconscientemente temblando ligeramente como un conejito asustadizo.

Cuando Marco sintió que era necesario parar, mordió el labio inferior de la joven, provocando que esta expulsara un pequeño gemido de su boca, dando por terminado el acontecimiento.

–¿Ya se te enfriaron tus objetivos? –sin soltarla de su agarre, Marco noto en el rostro de la joven una mezcla de miedo y sorpresa, una expresión que lo dejo con la mente en blanco y su mirada clavada en ella. Parecía tan inofensiva, tan frágil, tan delicada y nada peligrosa, incluso podía sentir como el pulso se le aceleraba y la respiración le faltaba. Él se había quedado anonadado sin razón alguna.

Mariana no sabía cómo había terminado entregando su primer beso a un desconocido. Según su plan, eso no debía de haber sucedido, sin embargo ocurrió, y no de la manera que ella se lo imagino. Trato de recupera el aire, haciendo que su conciencia también volviera a ella, intentando soltarse del agarre del mayor, quien salió de su trance, para sujetarla con fuerza.

–¡Suéltame! –demando ella, forcejeando con él–. ¿Quién te has creído para besarme?

–Se lo advertí señorita. Conmigo no se juega –las dos miradas comenzaron a verse desafiante–. Usted quería adentrarse en un juego de adultos. Si no sabe cómo avanzar no se meta en esto.

–Idiota, mal parido, desvergonzado, patán, hijo de…

–Más cuidado con lo que dirá señorita Mariana. Debo recordarle que soy su tutor, y puedo aplicarle cualquier clase de castigo que yo quiera.

–Nunca serás mi tutor, así tenga que quemar la casa no lo serás. Jamás te obedeceré.

–Entonces are hasta lo imposible para que desista de oponerse a obedecer.

Sin siquiera bajar la guardia los dos, ya habían olvidado el acontecimiento anterior.

–Idiota, ya verás que mi padre será el que te expulse de este lugar, por haberme tocado –el mayor, noto que aún se encontraba en una posición muy comprometedora.

–Yo no he tocado nada que no allá venido a mí. Es más, solo aplique algo de disciplina mediante la intimidación –la joven recordó el beso, comenzando a forcejear más fuerte, perdiendo ante la fuerza del mayor.

–Si serás un hijo de perra…

De la nada, un sonido proveniente de la puerta se escuchó, antes de dejar pasar al hombre ya entrado en edad.

–¿Señor Preminger? ¿Qué significa esto? –Marco dirigió su mirada al dueño de la mansión, quien miraba como su primogénita era acorralada en la cama, por su huésped–. Estoy esperando una respuesta.

Maldiciendo en su mente, Marco soltó a la chica guardando la distancia rápidamente, quitándose de encima lo más pronto posible, antes de que su anfitrión decidiera ponerle un revolver en la cabeza y jalar del gatillo.

Esta no era la primera vez que él implantaba una disciplina así. Ya en el pasado, había tenido estudiantes como Mariana, que trataban de seducirlo con fines nada buenos o educativos. Sin embargo esta vez lo encontraban rompiendo su ética, y en el peor de los casos, no se zafaría de esta. No sin antes haber recibido una bala en el trasero.

Por otra parte, a pesar de que su plan no saliera como lo planeo, la joven chica ocultaba su sonrisa de victoria, mientras aún permanecía recostada sobre la cama.

–¿Y entonces señor Preminger?  ¿Tiene algo que decirme? –el señor Aron, afirmándose a su bastón, fijo su mirada en la adolescente que comenzaba a levantarse de la cama, para correr hacia él.

–Padre… –ella rodeo la cintura de quien la mirada con seriedad.

–Mariana… ¿Acaso tu puedes decirme que está pasando aquí? –el anfitrión miro a su huésped disgustado por el momento.

–Padre, yo estaba de camino a la cocina antes de descansar. Fue ahí cuando él me pidió charlas a solas, propasándose conmigo. Le dije que se detuviera pero no quiso parar, dijo que si te decía algo él lo negaría todo. Por suerte llegaste tú, o de lo contrario hubiera abusado de mí.

Marco la maldijo en su mente, jurando que se las pagaría, si es que salía con vida del lio en que su malcriada alumna lo había metido.

–Señor Preminger ¿tiene algo que objetar? –él se limitó a responder a la pregunta de su anfitrión, haciendo que él hombre, ya entrado en edad, suspirara hondo antes de separar a su hija de él, quien levanto su mirada para mirar a su padre.

Marco, notando que el señor Arón creería las palabras de su hija, trataba de calcular el momento preciso para salir corriendo, protegiendo su vida. Un segundo más hay, le costaría su vida y la satisfacción de su alumna.

–Mariana –la voz del señor Arón, era la única que se oía en la silenciosa habitación–, me avergüenzas –dicho esto, alzo su mano y abofeteo a su hija tan fuerte, que el sonido del impacto resonó en cada rincón del lugar–. Yo no tengo como hija a una prostituta que se le ofrece a cualquiera. Caer tan bajo para desafiar mi palabra, es lo peor que has hecho. Sabías que no dejaría que se marchara el señor Preminger a menos que cometiera una falta grave, así que montaste todo esto. Quien me mando a llamar no fue el, lo hiciste tú para conseguir tu objetivo. No eres más que una zorra.

–Lo mismo le decías entonces a mamá –el hombre en frente de ella, se sorprendió ante sus palabras, volviendo a levantarle la mano que solo sostuvo en el aire–. Anda, golpéame otra vez, quizás así te desquites de todo lo que te he hecho. Sin embargo es más el daño que me has hecho tu a mí, por eso soy así. Por eso te odio Arón Méndez. Te maldigo a ti y a tu estúpido apellido que me tienen harta –golpeo el pecho de su padre con ambas manos, mirándolo con ira antes de abandonar la habitación maldiciendo por los pasillos.

>>Es peligrosa<< se dijo a si mismo Marco, al presenciar tal escena inaudita.

–Lo lamento mucho señor Preminger –tocándose la cabeza y apoyando todo su peso en el bastón, el señor Arón comenzaba a perder el equilibrio, siendo Marco el que lo socorriera ante su posible desmoronamiento.

–Llámeme Marco, señor Arón. Mi apellido debe de ser demasiado extensivo y fastidioso de decir –lo sentó sobre la cama, en la espera de que recupera sus fuerzas–. Por lo ocurrido no se preocupe. Cuando uno ejerce esta profesión se topa con todo.

–Insisto –respiro hondo el hombre de edad avanzada–. Con el pasar de los días, mi hija empeora. Ya no sé qué hacer.

–Para eso estoy aquí señor. Para ayudarlo a corregir lo que perturba su tranquilidad –el señor Arón se limitó a decir alguna palabra, cerrando sus ojos con frustración–. Acepte educar a su hija aun sabiendo a lo que me enfrentaba. Are hasta lo imposible con tal de cumplir con mi cometido, aun si eso requiere más de mí tiempo ya dispuesto.

–Entiendo –se levantó de la cama el señor Arón, exhausto a causa del día–. En todo caso, presiento que esta trampa por parte de mi hija hacia usted, no será la última. Así que será mejor que no intervenga en el proceso de su educación.

–¿Qué propone?

–Propongo que usted avance sin mi seguimiento. Adelantare mi viaje de negocios por un mes. Partiré mañana temprano para que mi hija no intente nada, así usted tomara toda la tutela de ella a su vez, de quedar bajo su resguardo.

–Señor Arón –sorprendido pero serio, era lo último que Marco se esperaba–. Apenas he comenzado a conocer mi área de trabajo ¿está seguro que quiere dejarme a su hija, sin supervisión personal?

–Estoy seguro de que la protegerás –suspiro hondo–. Si necesitas dinero, transporte, cosas o algún capricho, le dejare una chequera y unas tarjetas de créditos. Podrá usarlas como quiera, no importa lo que gaste. Todo sea para que eduque a mi hija como crea necesaria. Es más, si piensa que la servidumbre interviene en sus enseñanzas, envíelas de vacaciones adelantado. No importa lo que haga, solo corríjala.

Marco esta estupefacto. En sus años impartiendo clases, nadie le había dado tanta confianza y libertad como lo está haciendo el señor Arón, y todo a cambia de corregir a su hija.

–Discúlpeme señor. Me está dando muchas libertades a cambio de algo pequeño.

– ¿Pequeño? –el hombre mayor, miro severamente a su huésped, quien se tensó un poco ante aquella reacción–. Mi hija es todo, menos un problema pequeño –relajo los rasgos faciales–. Por favor, haga lo que mejor sabe hacer. Tiene todo a su disposición, si necesita algo mas solo pídalo.

Sabiendo que el hombre hablaba en serio, Marco solo le pidió algunas cosas, que el señor Arón acepto a gusto.

Al día siguiente, el señor Arón partió temprano como lo dijo, no sin antes hablar con la servidumbre y dejarle algunos papeles a Marco. Luego de esto partió, al mismo tiempo en que su hija partía en otro auto, hacia un rumbo desconocido.

Al llegar el ocaso de ese día, Mariana regreso a la Mansión malhumorada, encerrándose en su cuarto, ignorando el horario de la cena al igual que a su tutor.

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