Triana Ayesa sostenía su teléfono con manos temblorosas. La llamada de un número desconocido había sido abrupta y el mensaje, críptico pero inconfundible.
"El señor Stephan Rider desea una reunión. Una limusina la espera en la entrada de su apartamento." La dirección que le habían dado era un exclusivo restaurante en las afueras de la ciudad, un lugar al que solo la élite tenía acceso.
Triana, a pesar de sus intentos de proyectar una imagen de poder, sintió un nudo en el estómago.
La idea de encontrarse con el patriarca de la familia Rider, el hombre que controlaba a gran parte de la ciudad como si fuera un títere, la llenaba de una mezcla de terror y excitación.
Se puso su vestido más caro, un diseño de seda rojo que Alaric le había regalado, un regalo que ahora le parecía un tanto cómico que usara para ver a su padre.
La limusina se detuvo frente a un imponente edificio de cristal y acero.
Un mayordomo la esperaba, la condujo a través de un pasillo vacío y la guio a una puerta de ca