La furia, la frustración y el dolor de la traición se apoderaron de ella por completo.
Simplemente, no podía creerlo, no cuando esa mujer a la que cuidaba ahora resultaba que tenía una hija bastarda y la dejaba de lado.
Triana estaba tan furiosa que no sabía en qué momento había llegado a su habitación. La frustración era tanta que, a pesar de intentar contenerse, no podía controlarse.
Olvidando por completo que estaba en la villa de los Winter y no en la mansión Ayesa, empezó a lanzar cosas de un lado a otro.
—¡Maldita sea! ¡Te odio! ¡Te odio! No sabes cuánto te odio, maldita mujer, te odié con todo mi corazón… —las maldiciones no dejaban de brotar de la boca de Triana, que lanzó con fuerza un florero, logrando que se estrellara contra la pared y causara un estruendo tan sorprendente que incluso ella se paralizó al instante.
Imaginó que Alaric enviaría a sus empleados a verificar qué había ocurrido, pero no fue así.
En cambio, vio la figura masculina de Alaric, y al verlo, el dolor y