CAPÍTULO 25. HERIDAS DEL ALMA

Christian no pudo evitar observarla de pies a cabeza, una corriente de excitación le recorrió el cuerpo, su pene se irguió dentro del pantalón, sus ojos se nublaron producto del deseo, era hermosa, frágil, tenía la piel tan blanca como un copo de nieve, sus pezones sonrosados resaltaban en sus dos cúspides, como jugosas cerezas maduras.

Una parte de él, la salvaje, quería brincarle encima, abrir sus piernas, enterrarse en lo más profundo de su cuerpo, sentir como la carne perforaba la de ella, hacerla gemir de placer y marcarla como suya para siempre, pero la parte racional, le decía que no estaba bien, quizás Lyn estaba tomando esa decisión en un acto impulsivo y no estaba bien aprovecharse.

Se acercó a ella, se acuclilló en el suelo para recoger la toalla que había arrojado y poder cubrirla, no es porque no la deseara, sino porqu

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