54. Frenesí y deseo

Scarlett no se detiene en el beso. Con un paraíso tras su espalda teñida en ese preciosa noche napolitana que solo glorifican los besos, las ansias caen bajo el cuerpo de su esposo. Bajo su propio cuerpo. Toques que devoran su respiración volviéndola nada, un beso con sabor a cielo, un miedo que se marcha.

Gerald es dueño y señor de su boca, y de su cuerpo. Con sus senos ya en su boca, apretándolos y dirigiendo su sed por su piel Scarlett se arquea, se apoya en sus hombros y tiembla otra vez. El frío desaparece. Hierve su piel con cada roce de la boca de Gerald en sus rincones, y sólo han empezado a estar aquí.

Él sabe lo que hace, sabe para dónde va, sabe exactamente qué es lo que hará y cómo. Ella no es una experta en esto, pero como amaría complacer a su marido. Su mente ya tiene como prioridad a Gerald Van Rome y ni siquiera lo sabe o lo puede controlar. Gerald no se queda tranquilo solo con sus senos. Scarltt no pensaba que su esposo estaría tan hambreado por ella que recorre
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