59. La tumba de Florencia tiene las respuestas
Mientras tanto, en la mansión Gallo, a Marcello se le había notificado la presencia de su jefe y amigo, en compañía de Marianné.
— Remo, Marianné. No los esperaba — saludó, contrariado, invitándolos a pasar.
Marianné sonrió un tanto nerviosa, pues durante todo el camino, su hombre y padre de su futuro hijo se había mostrado demasiado inquieto.
Cuando llegaron a la biblioteca, donde nadie los interrumpiría, Remo miró a su amigo, sosteniendo fuertemente la mano de la única mujer que lo podía mantener cuerdo.
— “Ha llegado el momento”. ¿Te suena de algo? — preguntó entornando los ojos, y supo entonces que Marcello tenía que ver en todo aquello cuando palideció — ¿Qué? ¿Por qué te quedas callado?
— Remo…
— ¿Qué carajos sabes tú de la muerte de Florencia, eh, Marcello? — exigió saber, y toda esa contención a la que estuvo aferrándose durante el camino la vio desvanecerse de no ser por el pequeño y suave de apretón de la mano de Marianné, en torno a la suya.
Ella lo miró con súplica. No era