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—No la tendrás, ella es mía.

—Alana, por favor, vete, él.

—¡Cállate, no te dije que hablaras! — No se pudo controlar terminó la abofeteo y antes que cayera al piso, la sostuvo para seguir apuntándole con el arma por la espalda, estaba solo, era él contra una docena de personas, entre ellas una enfurecida Alana, vestida de negro y armada hasta los dientes, la rabia la estaba conteniendo, tratando de controlarse y no volarle los sesos de un solo disparo, por algo era experta en tiro y manejo de armas de largo y corto alcance.

—Suéltala, Andrés, sabes bien que no tienes escapatoria, no debiste hacer una estupidez como esa, cavaste tu propia tumba.

—El infeliz la amaba, yo la quería para mí, no tenía opción.

—¿Él qué dices? — Tartamudeó con ella, tal vez estaba alucinando.

—Sí, ¿contenta? El idiota se enamoró de ti.

—¡Cállate! No lo escuches, Evelyn, te quiere confundir.

—Por favor, deja de torturarme, ya me has hecho daño al punto que quisiera morir.

—Tu querido rubio estúpido, también p
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