Mi cerebro procesa la escena en cámara lenta.
Tropiezo.
Me caigo.
Zolo alcanza a Aitana.
Detrás de nosotros hay alguien.
Zolo corre hacia una de las galerías.
Mateo intenta ayudarme.
Tira de mí.
Miro atrás y veo otro disparo.
No es contra nosotros.
Un hombre cae muerto y escucho esa frase.
«A él no»
La bofetada de Mateo me despereza, sacándome de ese letargo, y miro a todos lados como si de repente no supiera dónde estoy, pero bien que lo sé. En esta maldita cueva, con un balazo en un costado y el peligro inminente de que nos den cuatro más a todos para llevarse a Aitana.
Veo que Zolo le pone la tableta a Mateo en las manos.
—¡Sácanos de aquí! —le ordena con un rugido bajo.