Rodrigo
Antes de que el barco llegue a puerto, me doy cuenta de que hay varios yates pequeños repartidos por toda la costa oeste de la isla. Ya están ahí y no puedo usar mis estrategias comunes.
En una situación como esta normalmente llamaría a Mateo, y él haría su magia cibernética para poner a mi disposición a los peores más cercanos a mi posición. La cuestión es, que no poder hablar con Mateo es lo que nos tiene precisamente en esta posición; y los peores que conozco que están ahora mismo demasiado lejos de mí como para llamarlos.
Me doy un puñetazo mental porque no preví esto. Lizzie está aterrada y una parte del mí quiere decirle «te lo dije» en todos los idiomas que conozco, pero la otra sólo está concentrada en traer a mi hija de vuelta.
Me importa un rábano quién