En el corazón del bosque Erothil, donde la luna apenas lograba filtrarse entre las copas de los árboles, los días se volvían indistinguibles. Entrenaban hasta caer. Dormían cuando colapsaban. Las heridas, físicas y emocionales, eran parte del proceso. Y aunque cada uno enfrentaba sus propios demonios, era evidente que Electra estaba comenzando a perderse dentro de sí misma.
La presión la estaba quebrando.
Había noches en las que se alejaba del templo abandonado y caminaba sola hacia el claro donde el fuego no la consumía, pero tampoco la calmaba. Allí solía encontrarla Akira, aunque no decía nada. Solo se sentaba a su lado, vigilante. Era su forma de decir “no estás sola”.
Pero James no.
Él no se acercaba. No la miraba. No la tocaba. Y cuando lo hacía, era como si no la reconociera, comonsi quemara.
Esa noche, mientras la niebla cubría el bosque como una promesa de lo inevitable, Thalindra interrumpió el descanso del grupo.
—Mañana entrenaremos en la grieta del eco. Es un lugar donde