CLARIS:
Miré a Kieran con alegría al escuchar que venían mis hermanas, levantándome de un salto. Estábamos tumbados en la alfombra frente a la chimenea, algo que había notado que le gustaba mucho a él. Prefería el suelo a la mullida cama o a los amplios sillones. Para ser honesta, a mí también me agradaba que no se comportara como el perfecto caballero que oculta sus costumbres para complacerme. Todo lo contrario; me las mostraba y dejaba que decidiera si me gustaban o no.Corrí a la ventana para ver si ya venían, pero solo encontré la noche extendiéndose como un velo de misterio. La luz de la luna envolvía todo y proyectaba sombras alargadas que me confundían.—¿Quedan muy lejos sus casas? —pregunté, mirando a Kieran, que me observaba con curiosidad.—No, te las enseñé ayer. Vamos a darnos un