La tarde en la hacienda se llena de una luz cálida y dorada mientras Inna y Layeska se encuentran caminando por los senderos cercanos a la hacienda, disfrutando de un momento tranquilo. Layeska sostiene una manzana a medio comer en sus pequeñas manos, aunque su atención no está completamente puesta en el paseo ni en la manzana. Su mirada cada tanto se fija en Inna, y aunque en un principio, la mayor intenta hacerse la desentendida, no puede evitar notar que hay algo que claramente está preocupando a la pequeña.
Después de caminar unos metros más, finalmente Layeska deja las dudas a un lado y se atreve a preguntar lo que le preocupa.
—Inna, ¿por qué tú y papi están enojados?
La pregunta llega tan directa como solo un niño puede ser, y sería una mentira decir que Inna se sorprende por escucharla. Pero, aun así, sí se toma un segundo para encontrar una respuesta adecuada a la duda de Layeska. Su mirada recae por un momento en los ojos curiosos de Layeska, y al notar el rastro de preocupa