El decirlo, no lo hace realidad.
Despierto sintiéndome adolorido, sonrío al recordar la razón, cuando me percato de que la causante de mi doloroso placer, se ha ido.
Busco por toda la casa, y no hay rastro de ella.
Se fue.
Siendo domingo, el último domingo de cada mes, me toca la tortura de la reunión familiar. Inclino mi cabeza al cielo buscando armonía, y las imágenes de la noche con Liesel, aparecen una y otra vez.
Y como recuerdo que ya no me siento obligado a asistir, o cruzarme con esa familia, decido quedarme en casa y relajarme.
Lavo el auto, mientras echo miradas hacia a casa de Wagner, me atreví a llamarla, sin embargo, solo me recibió el contestador.
Después de eso, es mejor entrar y apagar mi celular, así, nadie de los Fisher me molestara.
Cuando es casi las seis de la tarde, escucho la puerta de mi casa, abro y me sorprende ver a Liesel.
—¡Holis, señor Fredricksen! —saluda con su estúpido apodo.
Le doy la bienvenida con mi mejor cara de culo—Hola, descarada—arre