EL RETO DEL CEO
EL RETO DEL CEO
Por: Eris MorningStar
Capítulo 1

El despertador se activa a las cuatro de la mañana en punto, me levanto tratando de desperezarme y tomo un conjunto deportivo, la noche de ayer estuvo estresante, lidiar con la “familia” es algo que me causa irritación.

Me levanto de mal humor, quizás correr unos cuantos kilómetros sea lo mejor para que la mente se despabile de una buena vez.

Hago calentamientos sobre la cera de la casa antes de comenzar, el vecindario es seguro, no es lujoso, es cómodo y de buen ver, parecido mucho a donde viví con mi madre.

Subo el volumen de mis airpods hasta el tope, coloco el celular en mi antebrazo, asegurando el soporte para que no se caiga y se haga m****a.

Ando muy irritable, desde que cumplí los catorce años siento que esta vida no es lo que deseara. Si, hay mucho dinero de por medio más, no siempre fue así.

Sonrío al ver una bella rubia, la conozco de algún lado, ¡oh si!, en su garaje hace un mes, pasé por ahí de casualidad y la vi batallar con una llanta pinchada. Bonita forma de agradecimiento que me dio, cuando le ayudé con su problema. La francesita besa muy bien y eso que no tocó mis labios, saben a qué me refiero.

Qué puedo decir, las mujeres me encantan, más si son de buen ver. Paso de largo diciendo adiós y ella me lanza un beso. Con ese mini short se ve espectacular, lista para sus ejercicios matutinos.

Saludo a algunos vecinos que también les gusta la rutina matinal, no me relaciono con ellos más allá del saludo, es preferible pasar desapercibido.

Sigo corriendo, la música animándome, despejando cada cosa desagradable que pasé en la cena.

Veo pasar un lindo trasero, nuevo, no lo había visto por estos lares, redondo y respingón, no dudo ni un segundo en seguirlo.

Me posiciona a su lado, mujer de baja estatura, con los airpods puestos y lo que supongo también los tiene a volumen alto.

No se percata de mi presencia por lo que, con dificultad, detallo cada parte de su pequeño cuerpo, su cabello negro en una coleta, pocos cabellos se le desplazan por su frente perlada por el sudor.

Necesito que se dé cuenta de mi presencia, por lo que sigo a su lado y ella como si yo no existiera, no vuelve su vista a los lados.

Casi a un kilómetro, se detiene en un parque para perros y hace una pausa para luego sentarse en una banca a ver el sol salir.

—¿Es común para ti seguir a las personas y acosarlas? —interroga sorprendiéndome, pero no me mira, su mirada está enfrente como si disfrutara de la vista.

—No es lo que piensas, corro por aquí todos los días—es obvio que estoy mintiendo, ni siquiera me detengo por este parque.

—Lo dudo, pero, si tú lo dices—coloca de nuevo sus airpods y se levanta para perderse por el camino.

¡Mierda! quedo como un maldito estúpido acusador.

Regreso a casa por donde siempre lo hago y no la vuelvo a encontrar.

Coloco mi celular sobre la cama y me meto al baño para darme una ducha, dejo que el agua caiga sobre mi cabeza, esperando que tranquilice un poco mis ideas.

¿Qué se le ocurrirá hoy a mi abuelo para seguir haciendo mi vida más difícil?

Me visto de traje para ir a la oficina, salgo de la residencia conduciendo un auto Honda Civic Sport Sedan, sé que no es el más caro, sin embargo, al menos no voy a viajar en autobús o el metro, aunque eso no me incomodaría.

Escucho a Imagine Dragon, tarareo cada canción de mi grupo favorito.

Oh, the misery

Everybody wants to be my enemy

Spare the sympathy

Everybody wants to be my enemy

(Look out for yourself)

My enemy (look, look, look, look)

(Look out for yourself)

But I'm ready

Saco mi frustración con el sonido invadiendo mis sentidos por medio de la música, el recuerdo de la cena regresa con pequeños fragmentos, los más desagradables de la noche, y golpeo el volante, meto el cambio a tercera y siento mi pie pesado al presionar el acelerador.

De forma repentina, freno en seco haciendo que las llantas rechinen, voy tan concentrado en mi pequeña tortura mental, la música y la velocidad, que no me percato de que el semáforo cambia a rojo.

La acción me impulsa hacia adelante y doy bocanadas de aire de la impresión, una chica abre los ojos como platos, ha quedado a centímetros del vehículo. En un instante su rostro palidece igual que el mío. La miro deslizarse de rodillas al suelo.

Parpadeo varias veces y con el temblor en todo el cuerpo y poniendo esfuerzo de mi parte, salgo del auto y camino hacia ella.

—¿Que mierdas pensabas? —sus ojos están rojos de lágrimas contenidas, el cuerpo le tiembla igual que el mío y aprieta los puños a los lados—por poco, por poco—muerde sus labios y se contiene, sacude su cabeza y mira hacia abajo, sigo sus movimientos, sin decir nada, mientras con premura, recoge su portafolios y algunas cosas que se han salido de este.

—Lo siento—digo intentando no mostrar el terror que siento al pensar en que si no hubiese frenado a tiempo hubiera ocurrido una desgracia, fui imprudente, me arrebata de las manos la carpeta amarilla que en un vano intento de ayuda tomo del asfalto.

—¡Imbécil! —se incorpora trastabillando un poco, pasa a mi lado empujando mi brazo, es tan pequeña que enojada se ve tierna, mi macho alfa en celo sale en circunstancias en las que no debería y eso está mal.

Cuando estoy a punto de subir al auto, noto que hay algo cerca de una de las ruedas, me inclino y tomo la agenda de color azul marino.

Algunos espectadores se quedan, no para brindar su ayuda, lo único para lo que son buenos es para sostener un celular y grabar, monos imbéciles y mente de cristal, obsesionados con redes sociales que solo incitan al odio y la vergüenza ajena.

Si, soy ese, un hombre que odia todo lo que tenga que ver con redes sociales

Con la escena de hace minutos rebotando de forma constante en mi cerebro y sintiendo nerviosismo, arranco el auto con suma precaución, sin retomar la música, conduzco al edificio en donde trabajo, una compañía dedicada a la fabricación de repuestos automotrices y desarrollo de los mismos.

Aparco el auto en el estacionamiento subterráneo, me quedo unos instantes dentro intentando que el temblor en las manos se calme un poco, hago respiraciones para controlarme.

Cuando al fin me siento listo para salir, abro el aparato, mientras tomo el maletín y camino erguido hacia el ascensor que me llevara a mi puesto de trabajo.

—Buenos días señor—saluda el encargado con una sonrisa amigable dibujada.

—Buenos días Jaime, por favor al primer piso—podría utilizar las escaleras, pero tengo dos razones para no hacerlo, la primera es que ya tengo el tiempo contado, y a la segunda no quiero sudar más de lo que ya lo hice con el susto de antes.

—Con gusto—presiona el botón y subimos, veo nuestro reflejo en el metal y arreglo mi cabello y corbata—¿seguirá en la recepción señorito?

—No lo sé Jaime, lo voy a averiguar en cuanto entre a ese piso.

El aparato se detiene y me despido del amable y carismático Jaime, al estar cerca de la caja de recepción, Stela, quien se hacía cargo de esta hace seis meses, una caja, saco un suspiro de resignación, lo que significa que ya no seré el recepcionista.

Así es que, si en sus cabecitas estaba el hecho de que era el dueño de tan enorme compañía, déjenme aclararles que no lo soy, mi abuelo es quien maneja todo esto.

Me regala una cara de pocos amigos, casi lanzándome la caja, escanea de pies a cabeza, hace una mueca de desagrado y da la vuelta moviendo su coleta alta y caderas de impacto.

Como si poniendo esa cara, me volveré a meter en su cama, no estoy tan loco como lo parezco, si lo hice por su insistencia y por qué tenía ganas de quitarme un poco el estrés que me produce estar metido aquí, claro está que ella jamás se imagina que soy el nieto del dueño, ese viejo cascarrabias, ni ella, ni nadie, sería una noticia que le llevaría oprobio a su elegante y refinado apellido.

Veo la nota de post-it naranja y leo: piso cuatro, departamento de compras con Sandra, personal a cargo, ella te dirá cual será tu trabajo.

Ni siquiera se digna a hablarme, antes de revolcarme con ella no dejaba de hacerlo.

Bajo mis hombros restando importancia a su actitud y a lo que leo en el pedazo de papel naranja, que horrible color, doy vuela de regreso al elevador, espero a que se detenga y me vuelvo a encontrar con Jaime quien me sonríe de regreso, elevo mis cejas con una sonrisa a boca cerrada y le indico con los dedos el número cuatro, lo escucho carcajearse de manera estruendosa.

—Mire el lado amable, saltó dos pisos de un solo tajo—eso me hace reír con ganas, este señor es más ocurrente de lo que pensaba.

Así con una sonrisa dibujada, salgo del ascensor y me adentro a la jungla del piso de purchasing, en donde seguro Sandra, me hará la vida un infierno, desde que veo su maléfica sonrisa que haría retroceder al mismísimo demonio.

—Bienvenido, Anton—y la forma en la que dice mi nombre parece que estoy recorriendo el corredor de la muerte hasta la silla eléctrica, doy un suspiro de resignación.

Sandra es una mujer que perfectamente puede enviarte al cielo con una sonrisa o al infierno con una mirada. Y no presisamente me lo dice resplandeciendo de felicidad por mi llegada, al contrario, me mira con fastidio como si tuviera un palo atorado en el trasero.

Lo siento Sandra, tendrás mi grata presencia no se por cuanto tiempo.

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