66. LA VERDAD SALE A LA LUZ

Henry me estrechó entre sus brazos. A pesar de que trataba de contenerme, no pude; me eché a llorar en sus brazos y lo abracé con fuerza.

—Perdón, Lúa, perdón —se apresuró a decir Henry—. No llores, ven, siéntate aquí; te lo contaré todo. Solo ayer supe que no habías hecho nada, que no eres culpable de nada.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, mirándolo a los ojos.

—Lúa, deja que empiece por el principio, y luego iremos haciéndonos preguntas —dijo Henry con calma—. No sé si todavía recuerdas nuestra última conversación.

—¡Claro que la recuerdo! —exclamé de inmediato—. Hablamos sobre la estúpida fiesta, y después me mandaste aquel mensaje diciéndome que me encontrara contigo en la entrada, pero nunca apareciste.

—¿Qué mensaje, Lúa? —preguntó asombrado—. Yo no te mandé ningún mensaje; había perdido mi teléfono.

—Henry, me mandaste un mensaje —dije con seriedad—. Espérate, lo tengo archivado aquí, en mi teléfono. Míralo.

Tenía mi viejo teléfono, que siempre llevo conmigo para demostrarle a H
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