Sus palabras me hicieron mirarlo intrigado. ¿El perfume? Clío había cambiado después de acercarse a mí.
—Vaya, ahora entiendo su actitud —digo, comprendiendo su cambio—. Desde que pasó por mi lado cuando la fui a recoger y sintió mi aroma, cambió. Se volvió fría y distante. —¿De veras? Qué extraño —se queda pensativo mientras llegamos al estudio—. Pero ahora vamos. Lo detengo y le pido que no le vaya a contar nada a su esposa. Sé que no puede esconderle nada, pero en mi vida íntima no quiero que le diga nada. Me alegra escuchar que no lo hará. —Te lo prometo. Estoy tan feliz por ti, Leo —aseguró mientras avanzamos hacia el estudio—. Me sentía tan culpable por haberme dejado convencer por Cintia. —Eras un chiquillo, David, ella te engañ