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La habitación matrimonial se sumía en un silencio que pesaba como plomo fundido. Camila permanecía inmóvil contra la pared, sintiendo el frío del mármol a través de la seda rota de su vestido. Su respiración era un susurro irregular que se perdía en la penumbra dorada que proyectaban las lámparas de cristal.

Alejandro se había apartado después de romper la tela, pero no había ido lejos. Se encontraba junto a la ventana, observando las luces de la ciudad que se extendían como un manto de estrellas caídas. Sus manos se cerraban y abrían en puños silenciosos, como si librara una batalla interna que nadie más podía ver.

El eco de las palabras de la carta resonaba entre ellos como una sentencia: "Si no se produce un heredero dentro de los doce meses posteriores a la unión, y si no se puede demostrar la consumación del matrimonio, el contrato se anulará automáticamente."

No había escapatoria.

Camila cerró los ojos, pero eso solo amplificó el sonido de su propio corazón martilleando contra sus costillas. Cada latido le recordaba que estaba viva, que este momento terrible era real y no una pesadilla de la cual podría despertar.

"¿Qué está pensando?" se preguntó, observando la silueta rígida de Alejandro contra la luz. Su perfil era una línea dura tallada en sombras, pero había algo en la tensión de sus hombros que le decía que él también estaba luchando.

El vestido seguía deslizándose por su hombro, exponiendo más piel de la que jamás había mostrado a un hombre. Se sintió desnuda bajo su mirada, aunque él ni siquiera la estuviera viendo. La vergüenza se mezclaba con algo más oscuro, algo que no quería reconocer pero que pulsaba en su vientre cada vez que recordaba la intensidad de sus ojos.

"No debería sentir esto", se reprendió mentalmente. "Es humillación, no deseo. Es miedo, no excitación."

Pero cuando Alejandro se giró hacia ella, cuando sus ojos se encontraron en la penumbra, su cuerpo reaccionó con una traición que la hizo odiarse. Un calor líquido se extendió por sus venas, y sus pezones se endurecieron contra la seda fría del vestido.

Él se acercó con pasos medidos, como un depredador que ha decidido que ya no hay más juegos. Sus ojos nunca abandonaron los de ella, y en esa mirada encontró una mezcla de odio y algo más primitivo que le hizo temblar.

"Dios mío", pensó cuando él se detuvo frente a ella, "¿por qué mi cuerpo reacciona así cuando me odia tanto?"

Alejandro observaba el rostro de Camila, buscando en sus facciones algún rastro de Catalina que pudiera engañar a su mente. Pero no lo había. Donde Catalina era oro y fuego, Camila era plata y agua. Donde su hermana era arrogancia calculada, ella era vulnerabilidad pura.

"La sustituta", se recordó con amargura. "La sombra de lo que realmente quería."

Pero cuando sus ojos se fijaron en los labios entreabiertos de Camila, en la forma en que su pecho subía y bajaba con respiraciones entrecortadas, algo se torció en su interior. No era Catalina, pero había algo en su fragilidad que despertaba instintos que no sabía que poseía.

"Es solo lujuria", se convenció. "Cualquier mujer en esta situación tendría el mismo efecto."

Mintió, y lo sabía.

La verdad era más compleja y más perturbadora. La sumisión de Camila no lo dejaba indiferente como debería. Su dulzura rota le hacía querer protegerla y destruirla al mismo tiempo. Era una contradicción que lo enfurecía porque no la entendía.

Levantó su mano y rozó su mejilla con los nudillos. Ella se estremeció bajo su toque, pero no se apartó. Ese pequeño acto de valentía lo desarmó más de lo que admitía.

"No es justo", pensó, "que tenga que pagar por los pecados de su familia. Pero tampoco es justo que yo pierda todo por sus juegos."

Su pulgar trazó el contorno de sus labios, sintiendo cómo temblaban bajo su caricia. El contrato los había atado a esta habitación, a este momento, a esta necesidad que ninguno de los dos había elegido.

"Terminaré con esto rápido", se prometió. "Cumpliré mi parte y luego podremos vivir vidas separadas."

Pero cuando se inclinó hacia ella, cuando su aroma a jazmines y nervios invadió sus sentidos, supo que nada sería tan simple.

Sus labios se encontraron no con la suavidad de un primer beso, sino con la desesperación de dos personas que sabían que no tenían elección. Alejandro la besó como si fuera un castigo para ambos, profundo y posesivo, reclamando algo que técnicamente ya era suyo pero que se sentía como una conquista.

Sus manos encontraron la cremallera del vestido y la deslizó con una lentitud deliberada que hizo que cada centímetro de piel expuesta se erizara. La seda cayó como agua alrededor de sus pies, dejándola únicamente en la ropa interior de encaje que había elegido para otra mujer, para otro momento que nunca llegó.

"Hermosa", pensó Alejandro contra su voluntad, observando cómo la luz dorada de las lámparas acariciaba su piel. Sus pechos, más pequeños que los de Catalina pero perfectos en su delicadeza, subían y bajaban con respiraciones entrecortadas. "No debería pensar eso. No debería."

Camila tembló cuando él trazó el contorno de su cintura con dedos que habían imaginado tocando a su hermana. La contradictoria mezcla de terror y deseo que pulsaba en su vientre la confundía hasta la desesperación.

Sus besos descendieron por su cuello, marcando un sendero de fuego que la hizo arquearse involuntariamente. Cuando sus labios encontraron el valle entre sus pechos, Camila soltó un gemido ahogado que resonó en la habitación como una confesión.

Él la levantó sin ceremonia, llevándola hacia la cama que dominaba la habitación como un altar pagano. Las sábanas de seda, frías contra su piel desnuda, se calentaron rápidamente bajo el peso de sus cuerpos.

Sus manos exploraron cada curva con una minuciosidad que rayaba en la adoración y la profanación al mismo tiempo. Cuando sus dedos encontraron su intimidad, Camila se arqueó involuntariamente, un gemido más fuerte escapando de sus labios.

"No está preparada", pensó él, sintiendo la tensión de músculos vírgenes bajo sus caricias. Pero el contrato no esperaría su comodidad. Ninguno de ellos tenía ese lujo.

Sus dedos trabajaron con una paciencia que contrastaba con la urgencia que los consumía, preparándola para lo que vendría. Camila se perdió en sensaciones que jamás había imaginado, su cuerpo traicionándola con cada caricia que la acercaba al borde de algo desconocido y aterrador.

Los gemidos de ambos comenzaron a llenar la habitación, una sinfonía primitiva que se intensificaba con cada movimiento. Camila no sabía que podía hacer esos sonidos, no sabía que su voz podía quebrarse de esa manera cuando él encontraba lugares en su cuerpo que despertaban sensaciones indescriptibles.

Cuando finalmente se colocó sobre ella, sus ojos se encontraron en la penumbra. Por un momento, solo existieron ellos dos, suspendidos en un instante que cambiaría todo.

Va a doler, murmuró él contra su oído, su primer acto de gentileza en toda la noche.

Ella asintió, cerrando los ojos mientras él se abría paso lentamente. El dolor inicial fue punzante, pero se desvaneció gradualmente, reemplazado por una plenitud que la hizo jadear contra su hombro.

Alejandro se quedó inmóvil por un momento, permitiéndole ajustarse, luchando contra sus propios instintos que le gritaban que se moviera. Cuando finalmente comenzó a hacerlo, estableció un ritmo que escaló de gentil a desesperado.

Sus movimientos se volvieron más intensos, más profundos, arrancando gemidos cada vez más fuertes de ambos. La habitación se llenó de sonidos que cualquiera al otro lado de las puertas podría escuchar: la respiración entrecortada, los gemidos que se intensificaban, el sonido de cuerpos moviéndose en perfecta sincronía.

Camila descubrió músculos que no sabía que tenía, sensaciones que la hicieron arquearse y aferrarse a él como si fuera su salvación. Sus gemidos se mezclaron con los de él, creando una sinfonía que escaló hasta convertirse en gritos ahogados de placer.

Alejandro se perdió en la calidez estrecha que lo envolvía, en la forma en que ella respondía a cada movimiento, en cómo su nombre salía de sus labios como una oración desesperada. Por momentos olvidó que era Camila quien estaba bajo él. Por momentos, solo existieron los dos y la necesidad que los consumía.

Justo cuando el extasis de sus cuerpos los alcanzó, fue con una intensidad que los dejó temblando y gritando el nombre del otro. Camila sintió algo romperse dentro de ella, no solo físicamente sino en algún lugar más profundo. Alejandro se derramó en ella con un rugido que resonó contra su cuello.

Sus gemidos finales se desvanecieron lentamente, reemplazados por respiraciones entrecortadas y el silencio que siguió fue absoluto.

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