CAPÍTULO 47

Liliana lanzó una esplendorosa sonrisa. Se sentó en una de las sillas altas al otro lado de la encimera, en frente de la maestra.

—Nosotros los boricuas amamos tanto el romance como la fiesta. Y olemos la química de dos personas a leguas. —Se encogió de hombros y se levantó—. No sé cuál es la historia entre ustedes, pero de que hay candela, hay candela.

Sofía se echó a reír, sintió sus mejillas sonrojadas y se odió por eso. Lo que dijo la cocinera le hizo recordar a algunas personas allá en España.

—Me haces rememorar a mis años en Madrid. Por cierto, conocí a algunos paisanos tuyos allá. No muchos, más que todo clientes del restaurante donde trabajé. ¿Suelen ser así de extrovertidos todo el tiempo?

—Bueno niña, ¿qué te puedo decir? Sí, sí lo somos. No todos, pero es algo que en definitiva lo llevamos en la sangre —señaló su brazo—, es inevitable, ¿tú sabes? Y se pone ruda la cosa cuando nos encaprichamos con alguien, zas, ahí estamos nosotros observando y viendo todo, que no se nos e
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