Después del desayuno que Thor había mandado preparar, Celina volvió al cuarto sintiéndose ligera, pero también tomada por un torbellino de pensamientos. Abrió el clóset y se quedó parada ahí, mirando los dos vestidos que había separado para la cena de esa noche: el negro clásico de tela ligera, ajustado en la medida justa, o el verde esmeralda que destacaba aún más sus ojos.
Pasó los dedos por la percha del vestido verde, pero luego sus ojos volvieron al negro.
—Hoy va a ser el negro —murmuró para sí misma, decidida. Era elegante, sobrio, intenso... como la noche que presentía que tendría.
El sonido del celular interrumpió sus divagaciones. Miró la pantalla y sonrió al ver el nombre de Gabriel parpadeando ahí.
—¿Gabriel? —contestó con la voz suave.
—Hola, chica bonita —dijo él con ese tono siempre encantador—. Solo quería saber cómo estás... acabo de llegar a casa, salí a cantar en un bar aquí cerca. Fue increíble, pero confieso que estuve pensando en ti toda la noche.
—Ah, Gabri