Hannah sintió una extraña sensación en el cuerpo. No era miedo. Más bien era una sensación de rabia. Sostuvo el arma con fuerza mientras le apuntaba a Alfonso.
Con la otra mano, la apoyó en la cabeza de su bebé, que estaba escondido en el fular atado a su cuerpo. Sintió un escalofrío cuando lo miró a la cara. Evidentemente, había entrenado durante ese año; su cuerpo era más ancho ahora. Era tan parecido a Adrián que Hannah sintió un miedo profundo a apretar el gatillo.
— Déjala — le ordenó Hannah al hombre.
Pero él chasqueó la lengua mientras negaba.
— No, mi querida esposa. De esta no te librarás tan fácilmente. Han huido de nosotros por mucho tiempo, pero ya te tengo.
— Tú no sabes lo que me hará Ernesto, tu padre, cuando me entregues con él, y tampoco Luciano.
Pero Alfonso negó.
— Yo no estoy trabajando para ellos. No seas ridícula. ¿Qué tiene que ver mi padre y Luciano con esto?
Hannah dio un paso al frente.
— Eso significa que aún no sabes nada. Eso significa que sigues siend