Pasado el mediodía, Maurice salió de debajo de un brazo de Abigail y desenredó su roja cabellera para poder encontrar el maldito teléfono que no dejaba de sonar. Había intentado ignorarlo, pero este seguía vibrando y timbrando inexorablemente, y Abigail ni se había inmutado. Debía estar en el quinto sueño.
—¿Sí? –contestó de mala gana, y al otro lado se escuchó el suspiro de Arthur Gardner.
—Al fin contestas.
—Fuiste a la escuela de los inoportunos y te ganaste el premio a mejor estudiante, ¿verdad?
—La tía Theresa quiere verlos –cortó Arthur.
—¿Qué?
—A ti, y a Abigail. Quiere… la escuché muy entusiasmada, y eso me da mala espina.
—¿Y por qué eres tú su vocero?
—Porque no tiene tu número, n