Sonreí. Sabía quién era.
- Hazla pasar.
Segundos después, la puerta se abrió y me encontré ante sus rasgos llamativos y expresivos, con sus ojos grandes y hundidos de un color casi marrón miel. Su mirada era penetrante y llena de personalidad. Su piel morena clara reflejaba su vitalidad y sus labios carnosos, resaltados por un vibrante carmín, lucían una leve e irónica sonrisa. Su larga melena castaña, que nunca antes había visto suelta, caía esta vez en ondas por sus hombros. Desde sus 1,70 metros de altura, me miraba fijamente.
- ¿Ingrid? - Fruncí el ceño, sorprendido por su presencia, ya que la única persona que tenía derecho a interrumpir mi reunión e invadir mi despacho era mi esposa.
- La señorita Ferrari. - El abogado la saludó con una cortés inclinación de cabeza y una ceja arqueada, tan sorprendido como yo por su presencia.
- ¿Qué derecho tienes a volver con Clifford? - Pregunté - Acabo de enterarme de que tomaste mi firma en un documento que no leí. Como sabes, nunca en mi v