Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Mis piernas se clavaron al pavimento. Ni siquiera me salía la voz, por más que intenté gritar. Con mucho esfuerzo logré mover un dedo hacia el botón de llamar en WhatsApp y pedí a Dios, la virgencita y todos los santos que Iván contestara.
No pasó.
El olor metálico del concreto húmedo se mezclaba con el humo dejado atrás por los autos. Cada respiro se me atascaba en la garganta como piedras.
Respiré hondo varias veces. La silueta se movió en mi dirección, lenta, demasiado segura. Parecía crecer bajo la luz fluorescente que parpadeaba. Quise convencerme de que era un reflejo, una sombra, un guardia…
Entonces, la adrenalina por fin activó mi cuerpo. Logré girarme y acelerar el paso, remarcando la llamada a Iván con el corazón convertido en un tambor.
¡Maldición, Iván, contesta!
El eco de mis pasos rebotaba contra las paredes del estacionamiento, hueco y frío. El aire pesaba horrores.
—¡Felicia!
Alonso me llamó y las lágrimas amenazaron con escapar.
—¡Fe