92. Tesoro
—Entonces dime, tesoro… — dijo invadiendo mi espacio personal.
Odiaba que hiciera esto. Era agobiante sobre todo saber que mis sistemas de protección y seguridad que consistían en ponerme en alerta cada vez que un hombre se acercaba más de lo debido no estaban funcionando. Me estaba dejando expuesta y eso si que no se lo iba a perdonar jamás.
Es jodidamente irresistible, no voy a negarlo. Todo su cuerp es puro magnetismo, su manera de hablar, su rostro, todo de él llama al jodido pecado y a la estupidez, porque eso es lo único que sería si yo me sucumbiera a mis peores instintos y siguiera la pasión que me empuja a arriesgarme y a fantasear sobre el que pasaria.
Su aliento a menta abanicó mi rostro y el calor que emitia su pecho expuesto no pasa desapercibido para mi calor corporal.
Hay una pequeña voz que me susurra la posibilidad o mejor dicho la locura que sería que nos besaramos.
Dios, me estoy volviendo jodidamente loca. No quiero saber nada de este tipo. Es demasiado para mi