Sus labios se encontraron y el mundo se quedó en silencio.
No era solo un beso: era el tipo de beso que despojaba cada defensa, cada máscara.
Suave, profundo y dolorosamente puro... sabía a algo que Álex nunca había sentido antes.
Dulce como la primera oleada de amor joven, peligroso como un fuego que no podías detener. Su respiración se aceleró, su corazón martilleó tan fuerte que dolía.
Y lo sabía: sabía que Josefina le estaba devolviendo el beso.
Por unos segundos embriagadores, el espacio entre ellos dejó de existir. Hasta que... se detuvo.
Su palma llegó a su mejilla, cálida y tierna, pero había una fuerza silenciosa en ella mientras lo empujaba hacia atrás.
—Realmente eres un mujeriego, Álex —dijo, su voz baja, casi burlona, pero sus mejillas sonrojadas la traicionaron. Sus ojos, amplios y luminosos, eran tan puros que lo hicieron doler.
—Josefina... —susurró, su voz áspera con algo que no podía nombrar.
Ella presionó un dedo en sus labios, silenciándolo.
—Lo que estás haciendo e