—¡Que te jodan, Álex! —escupió Gilbert, sangre goteando por su rostro golpeado—. Eres solo un mocoso militar lavado que es un poco más fuerte que el promedio. ¿Crees que te tengo miedo?
—Deberías tenerlo —gruñó Álex, acercándose, los ojos fijos como trampas de acero.
Gilbert se burló, la arrogancia ocultando su miedo.
—Tengo suficiente dinero para enterrarte vivo. Le pagaré a cualquiera para que te corte el cuello, y una vez que te hayas ido, acabaré con Sofía y exterminaré a toda su familia también.
Álex sonrió fríamente.
—¿Dinero? —alzó una ceja—. Adelante, trata de mover un solo centavo de tus cuentas. Si puedes, me voy directo de aquí.
Gilbert y Norman se apresuraron frenéticamente a acceder a su banca en línea, desesperados por un salvavidas.
Sus dedos temblaron violentamente mientras tocaba la pantalla, rezando por salvación.
Pero en el momento que vio cada cuenta congelada sólidamente, su corazón se hundió en un abismo.
—Imposible —susurró Norman, ojos abiertos de terror—. Todo