—¡Increíble! —exclamó Joana sin aliento, con los ojos ardiendo de asombro mientras contemplaba la extraordinaria demostración de habilidad de Álex.
Sus métodos perfectos eran nada menos que revolucionarios.
Ella, una doctora que arrogantemente creía haber alcanzado la cima en medicina, de repente se sintió humilde y esperanzada—como una mujer ciega viendo el sol por primera vez.
—¡Bella! ¿Cómo te sientes? ¿Tienes algún dolor o molestia? —la voz de Jericho se quebró, la incredulidad y la alegría cautelosa luchando en su interior.
Lidia se quedó temblando a su lado, con los ojos muy abiertos y brillantes.
Ninguno de los dos se había atrevido a soñar con un milagro—pero ahora uno se alzaba desafiante ante ellos.
—Papá... Mamá... esto es increíble. ¡Ya no me siento débil! ¡Se fue! —Bella se tocó frenéticamente, el asombro pintándose en su rostro.
Su corazón latía fuerte, más fuerte y más vivo de lo que jamás había conocido.
—¡Oh, gracias al cielo! ¡Realmente se fue! —gritó Lidia, con la vo