La noche no fue nada amable con Jasmine.
Al amanecer, sus ojos estaban ensombrecidos por la fatiga, y cada página que pasaba de su interminable montón de documentos parecía más pesada que la anterior. No había pegado ojo en toda la noche y justo cuando consideraba cerrar los ojos por un segundo, unos golpes firmes en la puerta la devolvieron a la realidad.
—Señorita —la llamó el mayordomo desde el pasillo, con un tono comedido pero urgente—. El señor Charles insiste en reunirse con usted.
Sin levantar la mirada de los papeles, Jasmine suspiró. —¿Insiste? Pues que se quede afuera hasta que se desplome, me da igual.
El mayordomo carraspeó suavemente. —Viene por asuntos oficiales, señorita... dice que representa a algunos accionistas, también mencionó que no se irá hasta que acepte verlo.
Los labios de Jasmine se curvaron en una sonrisa irónica. —Típico de Charles, consigue una pizca de poder y cree que puede irrumpir donde le plazca.
Finalmente dejó los documentos a un lado. —Está bien,