52. Cruda Verdad

Es sábado, primera mañana en Roma, despertar en la ciudad eterna debería de ser bonito, algo especial, sin embargo yo sigo embaucada en la dureza de su habla, ha llegado a lastimar como una especie de improperios venenosos. Me siento en el sofá y estudio la suite, no veo rastro suyo. Luego comprendo que está en el balcón tomando el desayuno; como otros días, hoy no deseo verlo, que sostenga sus ojos en los míos prosiguiendo con el rechazo que es tácito en los celestes profundos, es mucha crueldad con la que no puedo soportar.

Ser tan débil y frágil es una maldición, ahora que estoy embarazada la revolución es austera, el dominio de mis emociones nunca fueron tan descarriladas e intensas. Me acuchilla la tristeza asidua a una rabia incomprensible. Después ataca la depresión, un arma fuerte que mata si recrudece.

Tomo una ducha y, me adecento. Sin llevar nada a mi estómago, tomo la tablet, repaso algunas cosas. Iremos a ver unos terrenos, también tenemos la invitación de comer con ese
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